• El viejo Hildebrand

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En una granja rodeada de verdes prados vivía un granjero con su esposa. El granjero trabajaba mucho, ¡muchísimo! Pero a su esposa... bueno, digamos que no le gustaba tanto el trabajo. Y, para ser sinceros, tampoco le gustaba mucho su marido. Ella tenía un amigo secreto, el párroco del pueblo, que venía a visitarla cuando el granjero no estaba.

    Un día, el granjero decidió visitar a su primo, el Viejo Hildebrando, que era muy sabio. Le contó: "Primo, creo que mi esposa no me quiere. Y sospecho que el párroco la visita demasiado".

    El Viejo Hildebrando, que era más listo que el hambre, pensó un poco y le dijo: "Tengo un plan. Vuelve a casa y dile a tu esposa que te sientes muy, muy enfermo. Métete en la cama y haz como si estuvieras a punto de... bueno, de irte a un laaaargo viaje".

    El granjero hizo exactamente eso. Llegó a casa, se quejó de dolores terribles y se metió en la cama, tapado hasta las orejas.

    La esposa, en lugar de preocuparse, ¡se puso contentísima por dentro! Pensó: "¡Qué bien! ¡Ahora podré invitar al párroco a cenar!". Y así fue. Preparó un banquete delicioso: pollo asado, pasteles, ¡de todo! Y llamó al párroco.

    Mientras tanto, el granjero, siguiendo el consejo de Hildebrando, se había escondido en un gran saco de paja que estaba en un rincón de la habitación. ¡Qué escondite tan astuto!

    La esposa y el párroco comían y reían. "¡Qué bueno que el viejo gruñón está en cama!", decía el párroco. Y la esposa respondía: "¡Sí, ojalá se quede allí para siempre!".

    Después de comer mucho, el párroco se sintió inspirado y empezó a cantar una canción:
    "Mi querida está sola, el marido está enfermo, ¡qué alegría!
    Ojalá el viejo Hildebrando no estuviera aquí,
    ¡y que el granjero estuviera en la montaña más alta, bien lejos de mí!"

    Pero el granjero, desde dentro del saco, había escuchado todo. Y como el Viejo Hildebrando le había enseñado qué responder, cantó con voz fuerte desde su escondite:
    "¡Oh, señor párroco, aquí estoy yo, el viejo Hildebrando!
    ¡Y todo lo que cantas, lo estoy escuchando!
    ¡No estoy en la montaña, sino aquí, observando!"

    ¡Imaginen la cara del párroco y de la esposa! Se quedaron blancos como el papel. El párroco, del susto, intentó saltar por la ventana, pero era demasiado alta. La esposa empezó a llorar.

    El granjero salió del saco, tomó un buen palo que tenía cerca y le dijo al párroco: "¡Así aprenderás a no desearle el mal a nadie y a no visitar casas ajenas cuando el marido no está!". Le dio unos cuantos palos suaves, solo para asustarlo, y el párroco salió corriendo de la casa, prometiendo no volver jamás.

    Y la esposa... bueno, la esposa aprendió la lección. Se dio cuenta de que su marido no era tan tonto como ella pensaba y, quizás, solo quizás, empezó a apreciarlo un poquito más. Y el Viejo Hildebrando, desde lejos, sonrió satisfecho.

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