• La cometa

    Cuentos de Andersen
    En un taller lleno de colores y papeles brillantes, nació una cometa. No era una cometa cualquiera. Tenía una cola larguísima de cintas de seda que ondeaban como un arcoíris y en su cara de papel tenía dibujada una gran sonrisa.

    Una niña llamada Luna la había construido con mucha paciencia y cariño. "¡Qué bonita eres!", dijo Luna. "Te llamaré Celeste, porque volarás tan alto como el cielo azul".

    Y así fue. El primer día que el viento sopló con ganas, Luna llevó a Celeste al parque. ¡Qué emoción sintió Celeste cuando Luna empezó a correr! Poco a poco, el viento la levantó. ¡Subía, subía y subía! Desde arriba, Celeste veía las casas como cajitas de juguete, los árboles parecían pequeños arbustos y los niños en el parque eran como hormiguitas jugando.

    A Celeste le encantaba bailar con el viento, dar giros y saludar a los pájaros que pasaban volando. Sentía el hilo que la unía a la mano de Luna, y eso la hacía sentir segura y feliz. "¡Soy la reina del cielo!", pensaba Celeste mientras se mecía de un lado a otro.

    Pero un día, el viento se puso un poco revoltoso. Sopló con tanta fuerza que, ¡zas!, el hilo de Celeste se enredó en la rama más alta de un árbol muy, muy grande. Luna intentó tirar del hilo con cuidado, pero Celeste no se movía. "¡Oh, no!", exclamó Luna con tristeza.

    Celeste se quedó atrapada en el árbol. Veía a Luna abajo, que la miraba preocupada. Cuando se hizo de noche, Luna tuvo que irse a casa. Celeste se sintió sola. El viento ahora le parecía frío y un poco gruñón. Extrañaba el calor de la mano de Luna y sus risas. Las estrellas de verdad le hacían compañía desde el cielo oscuro, pero no era lo mismo que volar libre.

    Pasaron un par de días. Celeste seguía en el árbol. Sus colores empezaban a palidecer un poco por el sol y la lluvia. Pensó que quizás se quedaría allí para siempre, convertida en un adorno más del árbol.

    Pero una mañana, Luna volvió al parque. Esta vez no venía sola, ¡traía a su papá! El papá de Luna era muy alto y fuerte. Miró el árbol, miró a Celeste y sonrió. Con una escalera larga y mucho cuidado, el papá de Luna subió y subió hasta que, ¡por fin!, pudo desenredar a Celeste.

    ¡Qué alegría! Celeste bajó flotando suavemente hasta los brazos de Luna. Estaba un poco arrugada y su cola de cintas un poco despeinada, pero su sonrisa de papel seguía allí.

    Luna la abrazó con fuerza. "¡Te extrañé mucho, Celeste!", le dijo. Celeste no podía hablar, pero si hubiera podido, le habría dicho que volar alto era maravilloso, pero volver a casa con alguien que te quiere y te cuida, era todavía mucho mejor.

    Desde ese día, Celeste y Luna siguieron volando juntas en el parque. Y Celeste aprendió que, aunque a veces las cosas se pongan difíciles, siempre hay una manera de volver a encontrar la alegría, especialmente si tienes un buen amigo a tu lado.

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