El saúco
Cuentos de Andersen
En una casita muy acogedora, vivía un niño llamado Alfredo que tenía un resfriado muy, pero que muy fastidioso. ¡Achís, achís!, hacía Alfredo sin parar. Su mamá, con mucho cariño, le preparó un té calentito de flores de saúco. "Bébelo despacito, tesoro, y te sentirás mejor", le dijo.
Mientras Alfredo sorbía su té, un viejecito muy simpático que era vecino suyo, entró a visitarle. El viejecito vio la taza y sonrió. "¡Ah, té de saúco! ¿Sabes quién vive en el árbol del saúco, Alfredo?".
Alfredo, con los ojitos brillantes por la curiosidad, negó con la cabeza.
"Pues te contaré una historia", dijo el viejecito, sentándose a su lado. "Hace mucho, mucho tiempo, en un jardín donde crecía un saúco grande y frondoso, vivían dos abuelitos que se querían con locura. Estaban celebrando sus bodas de oro, ¡imagínate, cincuenta años casados! Se sentaron bajo el saúco y recordaron cuando eran jóvenes y plantaron ese mismo árbol".
"De repente", continuó el viejecito, "de entre las ramas del saúco, apareció una señora muy especial. Su vestido parecía hecho de hojas verdes y flores blancas de saúco. ¡Era la Mamá Saúco, el espíritu del árbol!".
"La Mamá Saúco les sonrió dulcemente y les dijo: 'Queridos amigos, he visto toda vuestra vida desde este árbol. Recuerdo cuando erais niños y jugabais a mi alrededor'".
"Y entonces, como por arte de magia, la Mamá Saúco les mostró imágenes de su vida. Vieron cuando eran pequeños y correteaban por el campo, cuando se conocieron y sus corazones hicieron ¡pum!, el día de su boda, tan felices, y cómo sus hijos crecieron y jugaron también bajo las ramas del saúco. Los abuelitos se miraron con los ojos llenos de lágrimas de alegría, sintiéndose jóvenes otra vez al recordar tantos momentos bonitos".
"La Mamá Saúco les explicó que sus vidas y la del árbol estaban unidas, llenas de recuerdos y amor. Les dijo que cada flor y cada hoja guardaban un poquito de su historia".
Cuando el viejecito terminó de contar, Alfredo se había quedado dormidito, con una sonrisa en los labios. Al despertar, ¡sorpresa!, se sentía mucho mejor. El resfriado casi había desaparecido.
Miró por la ventana de su habitación y vio el saúco que crecía en el jardín. Ahora, Alfredo sabía que no era un árbol cualquiera. Era un árbol mágico, lleno de historias y secretos, cuidado por la bondadosa Mamá Saúco. Y quizás, solo quizás, el viejecito simpático que le contó la historia sabía un poquito más sobre ella de lo que parecía.
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