• La hija lista del campesino

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un pueblito rodeado de campos verdes, vivía un campesino que no tenía muchas monedas, ¡pero sí una hija con una mente brillante como el sol! Se llamaba Elena.

    Un día, mientras el campesino araba la tierra, ¡zas! Su arado chocó con algo duro. ¡Era un mortero de oro puro! "¡Qué suerte!" pensó el campesino. Pero Elena, que era muy lista, le dijo: "Papá, si encuentras el mortero, también debes buscar la mano del mortero. Si le llevas solo el mortero al rey, pensará que te quedaste con la otra parte y se enojará".

    El campesino, un poco testarudo, no le hizo mucho caso y llevó el mortero al rey. Tal como Elena predijo, el rey frunció el ceño y preguntó: "¿Y la mano del mortero?". El campesino, nervioso, confesó que su hija le había advertido. El rey, sorprendido por la inteligencia de la muchacha, dijo: "Si tu hija es tan lista, tráemela. Pero tengo un acertijo para ella".

    El acertijo era este: "Debe venir a mi palacio ni vestida ni desnuda, ni a caballo ni a pie, ni por el camino ni fuera de él".

    ¡Vaya desafío! Pero Elena sonrió. Se envolvió en una gran red de pescar (así no estaba ni vestida ni desnuda, ¿verdad?). Luego, ató la red a la cola de un burro, se sentó de ladito para que solo un pie tocara el suelo mientras el otro iba en el aire, y hizo que el burro caminara con dos patas en el camino y dos patas en la hierba al lado. ¡Así no iba ni a caballo ni a pie, y ni por el camino ni fuera de él!

    El rey quedó tan impresionado que exclamó: "¡Eres la chica más lista que he conocido! ¡Cásate conmigo y serás reina!". Y así fue. Elena se convirtió en reina.

    Un día, llegaron dos campesinos discutiendo muy fuerte. Uno decía: "Mi yegua tuvo un potrillo justo debajo de la carreta de este hombre, ¡así que el potrillo es mío!". El otro respondía: "¡No! Si nació bajo mi carreta, ¡es mío!". El rey, un poco apurado ese día, dijo sin pensar mucho: "Bueno, si nació bajo la carreta, es de la carreta". ¡Qué decisión tan extraña! Un potrillo no puede ser de una carreta.

    La reina Elena escuchó esto y se preocupó. Al día siguiente, el dueño verdadero del potrillo estaba muy triste en la plaza del mercado. Elena le susurró un plan. Cuando el rey pasó por la plaza, vio al campesino con una red, fingiendo que estaba pescando en el suelo seco.

    El rey se rió y preguntó: "¿Qué haces, buen hombre? ¿Desde cuándo se pesca en la tierra?". El campesino respondió, tal como Elena le indicó: "Bueno, majestad, es tan posible pescar en tierra seca como que una carreta tenga un potrillo".

    El rey se puso rojo como un tomate. ¡Había entendido su error! Pero también se enojó mucho con Elena por meterse en sus asuntos y demostrar que él se había equivocado.

    Furioso, le dijo a Elena: "¡Vuelve a casa de tu padre! Pero como fuiste una buena esposa, puedes llevarte una cosa, lo que más quieras del palacio".

    Elena, con una sonrisita astuta, aceptó. Esa noche, le dio al rey una bebida muy rica que lo hizo dormir profundamente, como un tronco. Con mucho cuidado, lo metió en un baúl grande y se lo llevó a la humilde casa de su padre.

    A la mañana siguiente, el rey despertó confundido. "¿Dónde estoy?". Elena le dijo con cariño: "Estás conmigo, mi rey. Me dijiste que podía llevarme lo que más quisiera del palacio, y lo que más quiero en el mundo eres tú".

    El rey, al ver tanto amor e inteligencia, se conmovió. La abrazó fuerte y le pidió que volviera al palacio con él. Y desde ese día, el rey siempre escuchó los sabios consejos de su reina Elena, y vivieron felices y gobernaron con justicia por muchos, muchos años.

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