• El sastrecillo valiente

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En una ciudad pequeñita, con calles estrechas y casas alegres, vivía un sastre. Este sastre era muy bueno cosiendo, ¡podía arreglar cualquier agujero! Un día, mientras trabajaba, untó mermelada en un pan. ¡Qué rico! Pero ¡oh, oh! Un montón de moscas molestas vinieron zumbando, atraídas por lo dulce.

    El sastre se enfadó un poquito. ¡Plaf! Dio un manotazo fuerte sobre la mesa donde estaban las moscas. Cuando levantó la mano, ¡sorpresa! Había aplastado siete moscas de un solo golpe. ¡Siete!

    ¡Qué valiente soy!, pensó el sastre, muy orgulloso de sí mismo. Para que todo el mundo lo supiera, hizo un cinturón y bordó con letras grandes: SIETE DE UN GOLPE.

    Con su cinturón nuevo, decidió que era demasiado genial para quedarse cosiendo. Metió un trozo de queso en el bolsillo (por si le daba hambre) y un pajarito que encontró en su taller (¡pobrecito, se había colado!) y se fue a recorrer el mundo.

    Subiendo una montaña, se encontró con un gigante enorme. ¡Tan grande como una casa! El gigante vio el cinturón y leyó: SIETE DE UN GOLPE. ¡Uy! Pensó que el sastre había derrotado a siete hombres fuertes. El gigante quiso probar la fuerza del pequeño hombre.

    Primero, el gigante agarró una piedra y la apretó tan fuerte que salieron gotas de agua. El sastre, muy listo, sacó su queso del bolsillo y lo apretó. ¡Claro, del queso salió el suero, que parecía agua! El gigante se sorprendió.

    Luego, el gigante lanzó una piedra tan alto que casi desapareció en el cielo. El sastre sacó al pajarito de su bolsillo y lo lanzó al aire. El pajarito, feliz de ser libre, voló y voló, subiendo mucho más alto que la piedra, hasta perderse de vista. El gigante no entendía nada.

    Finalmente, el gigante le propuso llevar juntos un árbol enorme. "Tú llevas las ramas", dijo el gigante. Pero el sastre, muy astuto, se sentó en una rama grande mientras el gigante cargaba con todo el peso del tronco. ¡El gigante llevaba el árbol y al sastre sin darse cuenta!

    El gigante, creyendo que el sastre era increíblemente fuerte, lo invitó a pasar la noche en su cueva con otros gigantes. Le dieron una cama gigante, pero al sastre le pareció demasiado grande. Cuando los gigantes dormían, él prefirió acurrucarse en un rincón calentito. A medianoche, los gigantes, que eran un poco tramposos, cogieron un palo enorme y ¡PUM! golpearon la cama con fuerza, pensando aplastar al pequeño intruso.

    Pero a la mañana siguiente, el sastre salió silbando tan contento. ¡Los gigantes se asustaron tanto al verlo vivo que salieron corriendo de su propia cueva y no volvieron más!

    El sastrecillo siguió su camino y llegó a un reino. Cansado, se echó a dormir en el jardín del palacio real. La gente del rey lo vio, leyeron su cinturón: SIETE DE UN GOLPE. ¡Corrieron a avisar al rey! ¡Ha llegado un guerrero muy poderoso!

    El rey, un poco asustado por si era un enemigo, pero también impresionado, le hizo una oferta: si el sastre podía librar al reino de tres peligros, le daría la mano de su hija, la princesa, y la mitad de su reino.

    Primero, tenía que vencer a dos gigantes malvados que asustaban a todos en el bosque. El sastre fue al bosque y los encontró durmiendo bajo un árbol. Con mucha astucia, se subió al árbol y empezó a tirarles piedras pequeñas, primero a uno en la nariz, luego al otro en la oreja. Los gigantes se despertaron enfadados, acusándose mutuamente. ¡Tú me has pegado! ¡No, has sido tú! Se enfadaron tanto que empezaron a pelearse entre ellos con árboles y rocas, hasta que se vencieron el uno al otro. ¡El sastre no tuvo ni que luchar!

    Luego, tenía que atrapar a un unicornio muy peligroso que andaba suelto. El sastre esperó al unicornio cerca de un árbol grande. Cuando el unicornio lo vio y cargó furioso contra él con su cuerno, el sastre se apartó rápidamente en el último segundo. ¡Zas! El unicornio clavó su cuerno tan fuerte en el árbol que no pudo sacarlo. ¡Atrapado!

    Finalmente, debía capturar a un jabalí salvaje que destrozaba los campos. El sastre hizo que el jabalí lo persiguiera corriendo hasta una capilla abandonada. El sastre entró rápido por una ventana y salió por otra al otro lado, pero cerró la puerta principal por fuera. ¡El jabalí se quedó encerrado dentro, gruñendo de rabia!

    El rey, aunque no le hacía mucha gracia que un simple sastre se casara con su hija, tuvo que cumplir su promesa. El sastrecillo se casó con la princesa y recibió la mitad del reino.

    Pero la historia no acaba aquí. Una noche, la princesa escuchó al sastre hablar en sueños: ¡Rápido, cose este chaleco! ¡Arregla estos pantalones o no te pago! ¡Ay! La princesa se dio cuenta de que su marido no era un gran guerrero, ¡sino un sastre!

    Fue corriendo a contárselo a su padre, el rey. Planearon que unos sirvientes entraran por la noche y se llevaran al sastre mientras dormía. Pero uno de los sirvientes era amigo del sastre y le avisó.

    Esa noche, el sastre fingió estar dormido, pero cuando oyó a los sirvientes acercarse a la puerta, gritó con voz muy fuerte: ¡Maté a siete de un golpe, vencí a dos gigantes, atrapé a un unicornio y encerré a un jabalí! ¿Y creen que voy a tener miedo de los que están esperando detrás de la puerta?

    Los sirvientes oyeron esto y les entró tanto miedo que salieron corriendo y no se atrevieron a volver.

    Desde ese día, nadie más se atrevió a molestar al sastrecillo. Vivió feliz con la princesa, y aunque era un rey muy astuto, quizás, de vez en cuando, todavía disfrutaba cosiendo algún botón en secreto.

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