Los doce hermanos
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un reino donde el sol siempre parecía sonreír, vivían un rey y una reina que tenían un pequeño problemita: ¡tenían doce hijos varones! Y estaban esperando uno más.
El rey dijo un día con voz seria: "Si el bebé que viene es una niña, quiero que ella herede todo el reino. Así que... los doce chicos tendrán que irse lejos, muy lejos". ¡Qué idea tan triste!
La reina, con el corazón encogido, le contó el secreto al más pequeño de sus hijos, Benjamín, que era muy listo. "Hijo mío," le dijo con lágrimas en los ojos, "si nace una niña, pondré una bandera roja en la torre del castillo. Si es un niño, pondré una blanca. Si ven la bandera roja, ¡corran al bosque y cuídense mucho!"
Los doce hermanos prometieron estar atentos. Cada día, uno de ellos subía a un árbol alto para ver la torre. Pasaron los días, y un día... ¡zas! Una bandera roja ondeaba al viento. ¡Había nacido una niña!
Los hermanos, muy tristes y un poco enfadados, se adentraron en el bosque. Encontraron una casita abandonada y allí se quedaron. Hicieron un juramento: como por culpa de una niña habían perdido su hogar, si alguna vez encontraban a una, no serían muy amables con ella.
Mientras tanto, en el castillo, la princesita crecía. Era buena, curiosa y muy bonita. Un día, jugando en el desván, encontró doce camisitas de niño, muy pequeñas. "¿De quién son estas camisitas, mamá?", preguntó. La reina, con mucha pena, le contó la historia de sus doce hermanos perdidos.
La princesita, que tenía un corazón de oro, decidió que tenía que encontrar a sus hermanos. Así que un día, sin decir nada, se fue al bosque. Caminó y caminó, hasta que encontró la casita escondida.
Benjamín, el hermano menor, que justo salía a buscar leña, la vio. Al principio no la reconoció, pero luego vio el parecido con su madre y supo quién era. "¡Hermanita!", exclamó feliz, pero enseguida se preocupó. "Mis hermanos están muy dolidos por haber tenido que irse. Será mejor que te escondas cuando vuelvan".
La princesita se escondió debajo de una cama. Cuando los otros once hermanos llegaron, cansados y hambrientos, uno dijo: "¡Huele a niña aquí!". Otro añadió: "¡Sí, es verdad! ¡Qué extraño!". Estaban a punto de buscar por todas partes, muy enfadados.
Pero Benjamín los detuvo. "¡Esperen!", dijo. "¿No se dan cuenta? ¡Es nuestra hermana! Ha venido a buscarnos".
Al principio, los hermanos mayores dudaron, pero al verla salir, tan parecida a su madre y con una sonrisa tímida, sus corazones se ablandaron. Se abrazaron todos muy fuerte y decidieron que se quedaría a vivir con ellos. La princesita cuidaba la casa, cocinaba cosas ricas y todos eran muy felices juntos.
Un día, la princesita quiso hacerles un regalo especial a sus hermanos. Vio en el jardín doce lirios blancos, ¡preciosos! Pensó que serían un adorno perfecto para la mesa. Con mucho cuidado, cortó los doce lirios.
Pero, ¡oh, no! En el instante en que cortó el último lirio, ¡los doce hermanos se transformaron en doce cuervos negros y salieron volando por la ventana, graznando tristemente!
La princesita se quedó helada. De repente, apareció una viejecita de rostro amable. "Ay, mi niña", le dijo. "Esos lirios eran tus hermanos. Por cortarlos, se han convertido en cuervos. Para romper el hechizo, hay una sola manera: durante siete años, no podrás hablar ni reír. ¡Ni una sola palabra, ni una risita! Si lo haces, tus hermanos seguirán siendo cuervos para siempre".
Siete años sin hablar ni reír. ¡Qué tarea tan difícil! Pero la princesita quería tanto a sus hermanos que decidió intentarlo. Se sentó en lo alto de un árbol, calladita y seria, esperando.
Un día, un rey joven y apuesto que estaba cazando por el bosque la vio. Le pareció la muchacha más hermosa que jamás había visto. Aunque ella no decía ni una palabra y no sonreía, el rey se enamoró de su dulce mirada y le pidió que fuera su esposa. Ella solo asintió con la cabeza.
Se casaron y fueron al palacio. Pero la madre del rey era una señora un poco envidiosa y no le gustaba nada su nuera silenciosa. "Seguro que esconde algo malo", pensaba.
Cuando la joven reina tuvo su primer bebé, la malvada suegra lo escondió y le manchó la boca a la reina con sangre mientras dormía. Luego fue corriendo a decirle al rey: "¡Tu esposa se ha comido a nuestro hijo!". El rey no podía creerlo, pero como la reina no hablaba para defenderse, empezó a dudar. Esto pasó dos veces más con los siguientes bebés.
La tercera vez, la suegra convenció al rey de que la reina era una bruja malvada y que debía ser quemada en la hoguera.
Llevaron a la pobre reina a la plaza. Estaba atada a un poste y la leña ya estaba lista. Ella miraba al cielo, con los ojos llenos de lágrimas, pero sin decir ni una palabra. ¡Faltaban solo unos minutos para que se cumplieran los siete años!
De repente, justo cuando iban a encender el fuego, se escuchó un fuerte batir de alas. ¡Doce cuervos negros llegaron volando a toda velocidad! Aterrizaron junto a la hoguera y, en un abrir y cerrar de ojos, ¡se transformaron en los doce príncipes!
"¡Hermana!", gritaron. "¡Estamos aquí para salvarte! ¡Los siete años han terminado!".
Los príncipes explicaron todo al rey: el hechizo, el silencio de su hermana y cómo la malvada suegra había escondido a los bebés (que, por suerte, estaban sanos y salvos, cuidados por una sirvienta amiga).
El rey se sintió terriblemente arrepentido. Abrazó a su esposa, que por fin pudo hablar y reír, y a sus tres hijitos. La suegra malvada fue enviada a una isla muy lejana donde solo había galletas saladas para comer.
Y así, la princesita, sus doce hermanos y el rey vivieron felices para siempre, ¡hablando, riendo y contando esta increíble historia una y otra vez!
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