El Extraño Músico
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un bosque lleno de sol y canciones, vivía un músico un poco especial. No es que fuera raro, ¡no!, pero le encantaba tocar su violín en soledad. Un día, mientras las notas de su violín flotaban entre los árboles, pensó: "Mmm, qué bien sonaría mi música con un poco de compañía, pero no cualquier compañía".
Así que afinó su violín y tocó una melodía tan dulce y alegre que parecía llamar a todos los seres del bosque.
El primero en llegar, moviendo la cola con curiosidad, fue un lobo.
"¡Vaya, qué música tan bonita!", pensó el lobo. "Me pregunto quién la tocará".
El músico sonrió y le dijo: "Hola, señor lobo. ¿Te gustaría aprender a tocar el violín?".
El lobo, que siempre había querido ser artista, dijo: "¡Claro que sí!".
"Muy bien", dijo el músico, que era un poco travieso. "Para aprender, primero debes colocar tus patas delanteras con mucho cuidado en esta rendija de aquel tronco viejo, así tendrás la postura correcta".
El lobo, emocionado, metió sus patas en la rendija. ¡Zas! El músico rápidamente colocó una cuña de madera y las patas del lobo quedaron atrapadas. "Espera un poquito aquí mientras busco más alumnos", dijo el músico, y se fue tocando otra melodía.
El lobo se quedó allí, un poco confundido y bastante incómodo.
El músico siguió tocando, y esta vez, una zorra astuta, con su hocico puntiagudo olfateando el aire, se acercó.
"¡Oh, qué melodía tan encantadora!", exclamó la zorra.
"Hola, señora zorra", saludó el músico. "¿Quizás te gustaría unirte a mi orquesta?".
"¡Me encantaría!", respondió ella, imaginándose ya famosa.
"Perfecto", dijo el músico. "Para que tus movimientos sean elegantes al tocar, voy a atar suavemente tus patas delanteras con las traseras usando esta ramita flexible. Así practicarás el equilibrio".
La zorra, pensando que era parte de una técnica secreta, se dejó hacer. Y así, quedó con las patas atadas, sin poder moverse mucho. "Aguarda un momento, vuelvo enseguida", dijo el músico, y se alejó con su violín.
La zorra intentó dar un paso y casi se cae de narices.
El músico, muy contento, tocó una tercera canción, aún más saltarina. Y dando brincos, llegó una liebre con sus largas orejas tiesas.
"¡Qué ritmo tan contagioso!", pensó la liebre. "¡Quiero bailar y tocar!".
"¡Hola, pequeña liebre!", dijo el músico. "Veo que tienes buen oído. ¿Quieres aprender?".
"¡Sí, sí, por favor!", chilló la liebre.
"Estupendo", dijo el músico. "Para que no te escapes con la emoción de la música, te pondré esta fina cuerdecita alrededor del cuello y la ataré suavemente a ese arbolito. Así estarás segura".
La liebre, tan ilusionada, ni se dio cuenta de que la estaban atando. "Ahora vuelvo, no te muevas", y el músico se fue, dejando a la liebre atada.
Mientras tanto, el lobo, a base de forcejear y morder la madera, ¡consiguió liberar sus patas! Estaba muy enfadado.
Poco después, la zorra, usando sus afilados dientes, royó la ramita flexible y ¡también se soltó! Estaba furiosísima.
Y la liebre, mordisqueando y tirando, ¡rompió la cuerdecita! Estaba muy, muy molesta.
Los tres animales, libres pero muy enojados, se encontraron.
"¡Ese músico nos ha engañado!", gruñó el lobo.
"¡Vamos a buscarlo!", siseó la zorra.
"¡Y le daremos una lección!", añadió la liebre, aunque no sabía muy bien cómo.
Siguieron el rastro del sonido del violín y encontraron al músico sentado tranquilamente junto a un pobre leñador. El músico tocaba una melodía tan hermosa que el leñador había dejado su hacha a un lado y escuchaba con una sonrisa.
Cuando el lobo, la zorra y la liebre se abalanzaron hacia el músico gritando, el leñador se levantó de un salto, agarró su hacha y exclamó:
"¡Alto ahí, bestias del bosque! ¿Qué queréis hacerle a este buen hombre que toca tan maravillosamente?".
Los animales, al ver el hacha brillante y la mirada decidida del leñador, sintieron un poco de miedo. Después de todo, un hacha era más peligrosa que un violín.
Dieron media vuelta y salieron corriendo hacia lo más profundo del bosque, tan rápido como sus patas se lo permitieron.
El músico, un poco sorprendido por todo el alboroto, miró al leñador y le sonrió.
"Gracias, amigo", dijo.
El leñador asintió. "No hay de qué. Tu música alegra el corazón".
Y así, el músico siguió tocando su violín, esta vez para su nuevo amigo, el leñador, quien resultó ser una compañía mucho más agradecida y menos problemática que los animales del bosque.
1680 Vistas