El huso, la lanzadera y la aguja
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita pequeña, rodeada de flores de colores, vivía una joven muy especial. Sus padres ya no estaban, y una anciana muy buena la había cuidado. Un día, la anciana llamó a la joven y le dijo: "Querida, ya soy muy viejita. Te dejo este huso para hilar, esta lanzadera para tejer y esta aguja para coser. Si los usas bien, te traerán mucha suerte". Dicho esto, la anciana cerró los ojos y descansó para siempre.
La joven se quedó muy triste, pero recordó las palabras de la anciana. Tomó el huso y se puso a hilar lino. ¡Qué sorpresa! El huso no solo hilaba un hilo finísimo y dorado, sino que, en cuanto el carrete estuvo lleno, ¡saltó de sus manos y salió corriendo por la puerta! Dejaba tras de sí un brillante hilo de oro. "¡Ay!", pensó la joven, "mi huso se ha ido, ¿qué haré?". Pero luego recordó que aún tenía la lanzadera.
Tomó la lanzadera y, como por arte de magia, esta empezó a tejer con el hilo dorado que el huso había dejado en el suelo. ¡Plic, plac, plic, plac! La lanzadera iba y venía, creando una alfombra maravillosa, con dibujos de flores y pájaros tan bonitos que parecían de verdad. Cuando la alfombra estuvo terminada, la lanzadera también se escapó, siguiendo el camino del huso y extendiendo la alfombra dorada a su paso.
"Bueno", suspiró la joven, "ahora solo me queda la aguja". Tomó la aguja y empezó a coser y bordar. Hizo cojines preciosos, cortinas elegantes y manteles con dibujos de estrellas. La aguja parecía bailar entre sus dedos, y todo lo que tocaba lo convertía en algo hermoso. Su pequeña casa, antes sencilla, ahora parecía un pequeño palacio lleno de detalles encantadores. Cuando terminó de adornarlo todo, la aguja, ¡fiu!, salió volando por la ventana, como una pequeña luciérnaga, y fue a decorar el camino que el huso y la lanzadera habían marcado.
Mientras tanto, el príncipe del reino estaba cazando en el bosque. De repente, vio un hilo de oro que brillaba entre los árboles. "¡Qué extraño y qué bonito!", pensó. "Voy a seguirlo". El hilo lo llevó hasta una espléndida alfombra dorada que se extendía por el suelo del bosque. "¡Esto es aún más asombroso!", exclamó el príncipe, y siguió la alfombra.
La alfombra lo condujo hasta la casita de la joven. Aunque era pequeña, estaba tan hermosamente adornada por dentro y por fuera que el príncipe quedó maravillado. Vio las cortinas bordadas, los cojines relucientes y todo tan limpio y ordenado. En medio de todo, estaba la joven, con su ropa sencilla pero con una sonrisa dulce.
El príncipe sintió que su corazón latía más fuerte. "¿Eres tú la dueña de este hilo mágico, de esta alfombra increíble y de esta casa tan bella?", preguntó.
La joven, un poco tímida, asintió.
En ese momento, el huso, la lanzadera y la aguja entraron volando y se colocaron junto a ella. Parecían decirle al príncipe: "¡Sí, es ella! ¡La más trabajadora y la de corazón más puro!".
El príncipe comprendió que había encontrado a alguien verdaderamente especial. Aunque la joven no tuviera riquezas, tenía un tesoro en sus manos y en su corazón. Le pidió que fuera su esposa, y ella aceptó con alegría. Se casaron y vivieron muy felices, y la joven demostró que con trabajo, bondad y un poquito de magia, se puede conseguir la mayor de las fortunas.
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