El conejo y el erizo
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un campo lleno de flores y hierba fresca, vivía un Conejo muy veloz. Siempre presumía de lo rápido que podía correr. Un día soleado, mientras el Conejo saltaba alegremente, se encontró con el Señor Erizo, que caminaba despacito con sus patitas cortas.
"¡Hola, Señor Erizo!" se burló el Conejo. "¿A dónde vas tan lento con esas piernitas? ¡Parece que te vas a tardar todo el día en cruzar este campo!"
El Señor Erizo, aunque de patas cortas, era muy listo y no le gustó nada la burla. "Puede que mis patas sean cortas," respondió con calma, "pero apuesto a que te gano una carrera hasta el final de este surco de papas y de vuelta."
El Conejo soltó una carcajada. "¿Tú? ¿Ganarme a mí? ¡Eso es imposible! Pero acepto el desafío, solo para divertirme un rato."
"Muy bien," dijo el Erizo. "Voy a casa a desayunar algo rápido y vuelvo. Espérame aquí."
El Erizo corrió (bueno, caminó rápido para él) a su casa. Allí le dijo a su esposa, la Señora Erizo: "Esposa mía, el Conejo y yo vamos a hacer una carrera. Necesito tu ayuda."
La Señora Erizo era igualita al Señor Erizo. "Claro, ¿qué debo hacer?" preguntó.
"Nos encontraremos en el campo de papas," explicó el Señor Erizo. "Yo me esconderé al principio del surco. Tú te esconderás al final del mismo surco. Cuando el Conejo llegue corriendo a tu lado, te levantas y dices: '¡Ya estoy aquí!'. Él pensará que soy yo y se sorprenderá. ¿Entendido?"
"¡Entendido!" dijo la Señora Erizo con una sonrisa. "¡Será divertido!"
Así que fueron al campo. El Señor Erizo se colocó en un extremo del largo surco de papas, y la Señora Erizo, sin que el Conejo la viera, se fue al otro extremo.
Cuando el Conejo llegó, dijo: "¿Listo, patitas cortas?"
"¡Listísimo!" respondió el Señor Erizo.
"¡Uno, dos, tres... YA!" gritó el Conejo, y salió disparado como un cohete.
El Señor Erizo solo dio un par de pasitos y se agachó en su sitio.
El Conejo corría y corría, levantando polvo. Cuando llegó al final del surco, jadeando un poco, la Señora Erizo se levantó de golpe y gritó con alegría: "¡Ya estoy aquí!"
El Conejo no podía creerlo. "¿Cómo? ¡Pero si yo soy el más rápido!" Pensó que el Erizo debía ser mágico. "¡Esto no puede ser! ¡Corramos de vuelta!" exclamó.
Y sin esperar, el Conejo dio media vuelta y corrió aún más rápido hacia el punto de partida. Pero cuando llegó, ¡zas! El Señor Erizo se levantó y dijo con una sonrisita: "¡Ya estoy aquí!"
"¡Imposible!" gritó el Conejo, cada vez más confundido y cansado. "¡Otra vez! ¡A la otra punta!"
Y así, el Conejo corrió de un lado a otro del surco muchas veces. Cada vez que llegaba a un extremo, un Erizo (o el Señor Erizo o la Señora Erizo, que eran idénticos) ya estaba allí, diciendo: "¡Ya estoy aquí!"
El pobre Conejo estaba agotadísimo. Sus largas orejas caían, su corazón latía muy fuerte y apenas podía respirar. Después de la séptima carrera, se desplomó en el suelo, sin fuerzas para dar un paso más.
El Señor Erizo y la Señora Erizo se acercaron tranquilamente. "Parece que hemos ganado," dijo el Señor Erizo.
El Conejo, demasiado cansado para hablar, solo asintió con la cabeza. Desde ese día, aprendió que no hay que burlarse de los demás por su apariencia, y que ser astuto a veces es tan bueno como ser rápido. Y nunca más volvió a retar a un erizo a una carrera.
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