• Los doce sirvientes holgazanes

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Imaginen ustedes un lugar donde el trabajo era casi una leyenda, y en ese lugar vivían doce sirvientes. Pero no eran sirvientes comunes, ¡qué va! Eran los más perezosos que jamás hayan existido. Pasaban el día entero tumbados a la bartola, bostezando y estirándose como gatos al sol.

    Un día, mientras descansaban bajo un gran árbol (porque estar de pie era demasiado esfuerzo), el primero dijo con un bostezo tan grande que casi se traga una mosca:
    "Amigos, yo soy el más perezoso de todos. Si estuviera acostado y me cayera una gota de lluvia justo en el ojo, no me molestaría en cerrarlo. ¡Que caiga!"

    El segundo, sin siquiera abrir los ojos, murmuró:
    "¡Bah! Eso no es nada. Si yo tuviera que ensillar mi caballo y alguien me trajera la silla y la brida ya puestas, aún así me daría pereza subirme. Preferiría ir andando, si no fuera porque andar también cansa."

    El tercero, que estaba apoyado en el segundo, dijo con voz apenas audible:
    "¡Qué tontería! Si estuviera a punto de que me cortaran una pierna, y tuviera un cuchillo afilado justo al lado para defenderme, dejaría que me la cortaran antes que estirar la mano para coger el cuchillo."

    El cuarto, que intentaba comer una manzana sin usar las manos, balbuceó:
    "¡Peor es lo mío! Si me pusieran delante el pastel más delicioso del mundo, con un tenedor al lado, preferiría pasar hambre antes que hacer el esfuerzo de pinchar un trozo y llevármelo a la boca."

    El quinto, que se había quedado dormido y roncaba suavemente, se despertó un segundo para decir:
    "¡Eso es poco! Si yo fuera un bebé en una cuna y mi niñera se olvidara de mí toda la noche, y yo tuviera frío, no movería ni un dedo del pie para taparme con la manta. ¡Que me congele!"

    El sexto, estirándose con la lentitud de un caracol con sueño, presumió:
    "¡Yo sí que soy perezoso! Si tuviera que dar un solo paso para salir de un charco de barro calentito, me quedaría allí hundido felizmente hasta que el sol me secara."

    El séptimo, que estaba tan quieto que parecía una estatua, añadió:
    "¡No tanto como yo! Si mi amo me llamara desde la puerta de al lado para darme una moneda de oro, y yo estuviera a solo tres pasos, fingiría ser sordo antes que caminar esos tres pasos."

    El octavo, con una pajita en la boca que no se molestaba en masticar, interrumpió:
    "¡Qué va! Si tuviera una espina enorme clavada en el talón, y me ofrecieran unas pinzas para sacármela, preferiría cojear el resto de mi vida antes que tomarme la molestia."

    El noveno, que tenía un trozo de pan en la mano desde hacía una hora sin darle un mordisco, afirmó:
    "¡Mi pereza es legendaria! Si tuviera una hogaza de pan entera delante y estuviera muerto de hambre, no me molestaría en cortarla. Esperaría a que las migas cayeran solas."

    El décimo, que estaba tumbado boca arriba mirando una nube, dijo soñoliento:
    "¡Escuchad esto! Si me estuviera cayendo de una escalera muy alta, y justo al lado hubiera una rama fuerte para agarrarme, preferiría estamparme contra el suelo antes que hacer el esfuerzo de estirar el brazo."

    El undécimo, que había perdido un zapato y no se movía para buscarlo aunque lo tenía a la vista, declaró:
    "¡Nada supera mi pereza! Si hubiera perdido la llave de mi casa y estuviera justo delante de mis pies, cubierta por una hoja, dormiría en la calle antes que agacharme y levantar la hoja."

    Finalmente, el duodécimo, que era el más perezoso de todos y apenas había hablado, suspiró profundamente y dijo:
    "Amigos, todos sois muy perezosos, pero yo os gano. Si me llevaran en una camilla porque estoy demasiado cansado para andar, y los que me llevan se cansaran y me dejaran tirado en mitad del camino, les daría las gracias por el descanso extra y no les pediría que siguieran ni un poquito más."

    Después de estas confesiones, los doce sirvientes se miraron, sonrieron con pereza y decidieron que trabajar para alguien, incluso haciendo muy poco, era demasiado esfuerzo. Así que se fueron juntos, muy despacio, buscando un lugar donde pudieran ser perezosos en paz para siempre. Y dicen que lo encontraron, y allí vivieron felices, sin hacer absolutamente nada, por el resto de sus días.

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