El pastorcillo sabio
Cuentos de los Hermanos Grimm
Cuentan las historias que en un valle verde, donde las ovejas pastaban tranquilas como nubes en el suelo, vivía un pastorcito muy especial. No era el más fuerte ni el más alto, pero su mente era rápida como un rayo y sus respuestas, ¡más listas que un zorro!
La fama de su ingenio llegó hasta los oídos del Rey, que era un hombre muy curioso y al que le encantaban los acertijos. "Hmm," pensó el Rey, "quiero conocer a ese muchacho." Así que mandó a sus guardias a buscar al pastorcito.
Cuando el pequeño pastor llegó al palacio, con sus mejillas sonrosadas por el sol y su cayado en la mano, el Rey le sonrió y le dijo: "He oído que eres muy listo. Te haré tres preguntas. Si las respondes bien, vivirás en mi palacio como si fueras mi propio hijo y comerás en mi mesa."
El pastorcito asintió con calma.
"Primera pregunta," dijo el Rey. "¿Cuántas gotas de agua hay en el océano?"
El pastorcito pensó un instante y respondió: "Majestad, si pudiera detener todos los ríos que desembocan en el mar para que no entre ni una gota más, entonces podría contarlas todas para usted."
El Rey se rio. ¡Qué respuesta tan ingeniosa! "Muy bien. Segunda pregunta: ¿Cuántas estrellas hay en el cielo?"
El pastorcito miró por la ventana hacia el firmamento y dijo: "Denme una hoja de papel muy, muy grande. Haré puntitos por todas las estrellas, y luego los contaré. Serán tantos puntitos como estrellas hay, aunque me llevará un buen tiempo." Otra versión dice que pidió muchos sacos de arena y dijo que había tantas estrellas como granos de arena, ¡imposible de contar!
El Rey estaba cada vez más impresionado. "¡Eres realmente astuto! Ahora, la tercera y última pregunta: ¿Cuántos segundos tiene la eternidad?"
El pastorcito sonrió y dijo: "Majestad, imagínese una montaña hecha de diamante puro. Es tan alta que se tarda una hora en escalarla y una hora en rodearla. Cada cien años, un pajarito viene y afila su pico en ella, llevándose un poquito de diamante. Cuando toda la montaña se haya desgastado por el pajarito, ¡apenas habrá pasado el primer segundo de la eternidad!"
El Rey quedó tan asombrado por la inteligencia del pastorcito que aplaudió con fuerza. "¡Bravo, bravo! Has respondido a todas mis preguntas con una sabiduría increíble. Cumpliré mi promesa."
Y así, el pequeño pastor, que era tan sabio, fue a vivir al palacio. Comió manjares deliciosos en la mesa del Rey, vistió ropas finas y aprendió muchas cosas nuevas. Pero nunca olvidó los días en que cuidaba sus ovejas bajo el gran cielo azul, ni la inteligencia sencilla que lo había llevado hasta allí.
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