• Las tres princesas negras

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Un día, un joven muy aventurero llamado Leo se perdió en un bosque enorme, tan grande que los árboles parecían tocar el cielo. Caminó y caminó, y cuando ya pensaba que iba a dormir entre las hojas, ¡zas!, vio un castillo un poco oscuro pero muy elegante.

    Con un poquito de nervios, Leo llamó a la puerta. ¡Toc, toc! Una viejecita con una sonrisa amable le abrió. "¡Hola, jovencito! ¿Estás perdido?", preguntó. Leo asintió con la cabeza.

    La viejecita le contó un secreto: "En este castillo viven tres princesas, pero están bajo un hechizo. Por eso, ahora mismo, son negras como el carbón. ¡Pero tú puedes ayudarlas!"
    Leo, que era valiente, preguntó: "¿Cómo?"
    "Es fácil y difícil a la vez," explicó la anciana. "Debes quedarte aquí un año entero. Durante ese tiempo, no puedes decirles ni una sola palabra. ¡Ni 'hola' ni 'adiós'! Cada noche, ellas vendrán a servirte y podrás pedirles tres cosas, las que quieras, pero sin hablarles."

    Leo aceptó el reto. La primera noche, aparecieron las tres princesas, todas vestidas de negro y muy calladitas. Leo pensó mucho y luego, sin hablar, señaló su boca (quería comida), luego una almohada imaginaria (quería una cama cómoda) y finalmente hizo como que jugaba con algo (quería algo para entretenerse). Las princesas entendieron y le trajeron una cena deliciosa, una cama blandita y un juego de canicas brillantes.

    Así pasaron los días, las semanas y los meses. Cada noche, Leo pedía sus tres cosas sin hablar, y las princesas negras se las traían en silencio. A veces era muy difícil no decir "gracias" o "qué rico", ¡pero Leo se aguantaba!

    Finalmente, llegó la última noche del año. La viejecita apareció y le dijo: "Lo has hecho muy bien, Leo. Como premio, hoy puedes pedir una cosa más, ¡y esta vez sí puedes hablar para pedirla!"
    Leo se sonrojó un poquito y dijo: "Me gustaría... me gustaría darle un beso a la princesa más joven."

    En cuanto los labios de Leo tocaron la mejilla de la princesa más joven, ¡Puf! ¡Magia! Las tres princesas empezaron a cambiar de color. El negro desapareció y se volvieron blancas y brillantes como perlas. Bueno, casi todas. La princesa más joven, a la que Leo había besado, todavía tenía la puntita de un dedo un poquito gris, ¡pero solo un poquito, como un recuerdo del hechizo!

    Las princesas estaban tan felices que no paraban de dar saltos de alegría. Agradecieron a Leo con abrazos y risas. Y como te puedes imaginar, Leo y la princesa del dedito gris se hicieron muy amigos, y poco después, ¡se casaron! Vivieron muy felices en el castillo, que ya no era oscuro, sino lleno de luz y alegría, y comieron muchos pasteles (que era una de las cosas que Leo pedía a veces sin hablar).

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