• Juan de Hierro

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino rodeado por un bosque oscuro y misterioso, la gente susurraba que allí desaparecían cosas... y personas. Nadie que entraba a cazar o a buscar leña volvía jamás. El rey estaba muy preocupado. Un día, un cazador valiente se presentó y dijo: "Majestad, yo me atreveré a entrar en ese bosque".

    El cazador entró con su perro, y al llegar a un estanque oscuro, una mano enorme salió del agua y arrastró al perro. ¡Qué susto! El cazador pensó: "Esto no me gusta nada". Decidió vaciar el estanque con cubos. Después de mucho trabajo, en el fondo lodoso, encontró a un hombre salvaje, con la piel del color del hierro oxidado y el pelo largo hasta las rodillas. ¡Era Juan de Hierro!

    Lo atraparon con cuerdas y lo llevaron al castillo, donde lo encerraron en una jaula fuerte en medio del patio. El rey ordenó que nadie, bajo ningún concepto, abriera la jaula.

    Un día, el pequeño príncipe, que tenía unos ocho años, jugaba en el patio con su pelota de oro. ¡Hop! La pelota rodó y se metió dentro de la jaula de Juan de Hierro. El príncipe se acercó con cuidado.
    "Devuélveme mi pelota, por favor", dijo el niño.
    Juan de Hierro respondió con voz grave: "Solo si me liberas".
    "¡Oh, no puedo! Mi padre lo ha prohibido", dijo el príncipe asustado.
    Al día siguiente, el príncipe volvió a pedir su pelota. Juan de Hierro repitió: "Solo si me liberas".
    "¿Pero cómo?", preguntó el príncipe.
    "La llave está debajo de la almohada de tu madre", susurró el hombre de hierro.

    El príncipe quería tanto su pelota que, con el corazón latiéndole muy fuerte, esperó a que su madre durmiera, tomó la llave y corrió a la jaula. La cerradura era dura, pero al final, ¡clic!, la puerta se abrió. Juan de Hierro salió, le devolvió la pelota y, antes de irse, agarró al príncipe del brazo.
    "¡Oh, no! ¿Qué he hecho? ¡Me castigarán!", lloró el niño.
    "Entonces, ven conmigo al bosque", dijo Juan de Hierro. "Allí estarás a salvo".

    Y así, el príncipe se fue con Juan de Hierro al bosque profundo. Allí, Juan de Hierro le mostró un pozo de agua cristalina y le dijo: "Este es un pozo mágico. Tu trabajo será cuidarlo y no dejar que nada, absolutamente nada, caiga dentro. Yo volveré cada noche para ver si has cumplido".

    El primer día, el príncipe vigilaba el pozo cuando, ¡ay!, se lastimó un dedo. Sin pensar, lo metió en el agua para lavarlo. Al sacarlo, ¡su dedo estaba cubierto de oro! Por la noche, Juan de Hierro vio el dedo dorado y dijo: "Has fallado, pero por esta vez te perdonaré. Ten más cuidado".

    Al día siguiente, mientras el príncipe se peinaba cerca del pozo, un largo cabello rubio se le cayó y, ¡plaf!, fue a parar al agua. ¡Al instante, todo ese cabello se volvió de oro! Cuando Juan de Hierro regresó, vio el cabello dorado y frunció el ceño. "Otra vez has fallado. Te perdonaré una vez más, pero si ocurre de nuevo, tendrás que marcharte".

    Al tercer día, el príncipe, aburrido, se inclinó para ver su reflejo en el agua clara. Tenía el pelo tan largo que, sin querer, toda su cabellera dorada rozó el agua. ¡Zas! Todo su pelo se convirtió en oro brillante.
    Esa noche, Juan de Hierro estaba muy serio. "No has podido cumplir una tarea sencilla. Ya no puedes quedarte conmigo. Debes irte del bosque. Pero como tienes buen corazón, si alguna vez necesitas ayuda, ven al borde del bosque y grita tres veces: '¡Juan de Hierro!' y yo acudiré".

    El príncipe, muy triste, se despidió. Caminó y caminó hasta llegar a otro reino. Como no quería que nadie viera su cabello de oro, siempre llevaba un gorrito. Buscó trabajo y lo encontró como ayudante del jardinero del rey.

    Un día, la princesa del castillo, que era muy curiosa, vio al joven jardinero y le pidió que le llevara unas flores. Cuando el príncipe se inclinó para recogerlas, el viento sopló y ¡zas!, el gorrito se voló, revelando su deslumbrante cabello de oro. La princesa se quedó maravillada y le dio unas monedas de oro, pero él no las quiso, solo le dio las flores.

    Poco después, el rey de ese país anunció una gran fiesta de tres días. Cada día, la princesa lanzaría una manzana de oro, y el caballero que la atrapara podría casarse con ella.
    El príncipe jardinero quería participar, así que fue al borde del bosque y gritó: "¡Juan de Hierro! ¡Juan de Hierro! ¡Juan de Hierro!".
    Al instante, apareció Juan de Hierro con un caballo brioso, una armadura reluciente y una espada. "Aquí tienes, valiente príncipe", le dijo.
    El príncipe cabalgó al torneo, atrapó la manzana de oro que lanzó la princesa y desapareció tan rápido como llegó.

    Al día siguiente, volvió a llamar a Juan de Hierro, quien le dio un caballo aún más magnífico y una armadura roja como el fuego. De nuevo, atrapó la manzana de oro y se esfumó.
    El tercer día, Juan de Hierro le proporcionó un caballo negro como la noche y una armadura negra que brillaba. El príncipe volvió a ganar la manzana. Pero esta vez, mientras escapaba, los guardias del rey lo persiguieron y uno logró herirlo un poquito en la pierna.

    El príncipe regresó a su trabajo de jardinero, escondiendo las tres manzanas de oro. Pero la princesa, que sospechaba algo, le contó a su padre sobre el joven del cabello dorado. El jardinero jefe también había notado que su ayudante cojeaba un poco.
    El rey mandó llamar al príncipe. Cuando se quitó el gorro, todos vieron su cabello de oro. Y cuando mostró las tres manzanas doradas, ¡no hubo duda! Era el caballero misterioso.
    "¿Por qué no dijiste quién eras?", preguntó el rey.
    "Soy solo un muchacho pobre", respondió el príncipe.
    Pero la princesa dijo: "¡No me importa! ¡Es él a quien quiero!".

    Así que se celebró una gran boda. Entre los invitados, llegó un rey muy rico y elegante. Se acercó al príncipe y le dijo: "Yo soy Juan de Hierro. Estaba bajo un hechizo, y tú, con tu corazón noble y tu valentía, me has liberado. Ahora soy de nuevo un rey poderoso, y todos mis tesoros son tuyos".

    Y así, el príncipe que una vez fue ayudante de jardinero se casó con la hermosa princesa, heredó un reino y recuperó el suyo, y todos vivieron felices para siempre, recordando siempre al amigo que una vez fue un hombre salvaje del bosque.

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