• Knoist y sus tres hijos

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un rincón soleado del mundo, donde los pájaros cantaban melodías alegres, vivía un señor llamado Knoist. Knoist ya era un poquito mayor y tenía tres hijos muy listos y con muchas ganas de aprender. Un día, Knoist los llamó y les dijo: "Queridos hijos, ya estoy viejo y quiero dejar mi casa al que aprenda el oficio más útil y lo haga mejor que nadie. Vayan por el mundo, aprendan algo especial y luego vuelvan para mostrarme lo que saben hacer".

    Los tres hijos se despidieron de su padre y cada uno tomó un camino diferente.

    El primer hijo decidió ser barbero. Aprendió tan bien su oficio que un día, para demostrar su habilidad, vio una liebre corriendo a toda velocidad por el campo. ¡Pues él corrió detrás y, sin que la liebre se diera cuenta, la afeitó perfectamente mientras saltaba! Luego, vio un carruaje que iba muy rápido por el camino. Se acercó y, con la misma destreza, ¡afeitó las ruedas del carruaje mientras seguían girando sin parar!

    El segundo hijo pensó que ser herrero sería lo mejor. Se esforzó mucho y se convirtió en un herrero increíble. Un día, para probar su maestría, vio un caballo galopando sin herraduras. Ni corto ni perezoso, tomó sus herramientas y, mientras el caballo seguía corriendo a todo galope, ¡le puso las cuatro herraduras nuevas sin que el caballo siquiera tropezara!

    El tercer hijo eligió ser espadachín. Practicó día y noche hasta que su habilidad con la espada fue legendaria. Un día, comenzó a llover a cántaros. El hijo sacó su espada y empezó a moverse y a dar mandobles con tanta rapidez y gracia que, aunque llovía muchísimo, ¡ni una sola gota de agua lo tocó! Permaneció completamente seco.

    Cuando pasó el tiempo acordado, los tres hijos regresaron a casa de su padre, Knoist.
    El primero contó: "Padre, soy barbero. Puedo afeitar una liebre en plena carrera y las ruedas de un carruaje en movimiento".
    El segundo dijo: "Yo, padre, soy herrero. Puedo ponerle herraduras a un caballo mientras galopa sin detenerse".
    Y el tercero explicó: "Y yo, padre, soy espadachín. Puedo luchar bajo la lluvia más fuerte sin que me caiga ni una gota encima".

    Knoist escuchó con atención y orgullo. Se rascó la cabeza pensativo y dijo: "¡Hijos míos, los tres son unos verdaderos maestros en lo suyo! Cada habilidad es asombrosa y útil a su manera. Es imposible para mí decir cuál es la mejor".

    Como no podía decidirse por uno solo para darle la casa, Knoist tuvo una idea aún mejor. "Ya que todos son tan talentosos", propuso, "lo mejor será que vivamos todos juntos en esta casa. Cada uno podrá usar su habilidad para ayudarnos y así seremos un equipo invencible".

    Y así fue. El barbero mantenía a todos siempre bien arreglados. El herrero fabricaba y reparaba todas las herramientas y cosas de metal que necesitaban. Y el espadachín, con su agilidad, los protegía y se aseguraba de que nadie los molestara. Knoist y sus tres hijos vivieron muy felices juntos, demostrando que cada talento es valioso y que trabajar en equipo es lo mejor que se puede hacer.

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