• El zorro y los gansos

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un prado verde y soleado, donde las flores bailaban con el viento, vivía una bandada de ocas muy felices. Les encantaba chapotear en el estanque y buscar jugosos gusanos.

    Un día, mientras estaban buscando su almuerzo, apareció un zorro con una sonrisa astuta. Tenía los ojos brillantes y el estómago vacío.
    "¡Vaya, vaya! ¡Qué suerte la mía!" dijo el zorro, relamiéndose. "Un montón de ocas gorditas. Hoy tendré un banquete. Me las comeré una por una."

    Las ocas se asustaron mucho. Empezaron a graznar y a correr en círculos. ¡No querían ser la comida del zorro!
    Entonces, una oca vieja y sabia, que había visto muchas cosas en su vida, dio un paso al frente.
    "Señor Zorro," dijo con voz temblorosa pero firme, "ya que vamos a ser su almuerzo, ¿nos permitiría una última cosa? Quisiéramos cantar una canción todas juntas, para despedirnos de este hermoso prado."

    El zorro pensó un momento. Una canción no le haría daño, y quizás hasta sería entretenido.
    "Está bien," aceptó el zorro. "Pueden cantar una canción. Pero que sea rápida, ¡tengo mucha hambre!"

    Las ocas se pusieron muy contentas. Se colocaron en fila, tomaron aire y, a la señal de la oca vieja, empezaron a cantar.
    Pero no era una canción dulce y corta. ¡No! Empezaron a graznar con todas sus fuerzas:
    "¡Ga, ga, ga! ¡Gaaaa, gaaaa, gaaaa!"
    Cantaban y cantaban, cada vez más fuerte. El sonido era tan alto que las hojas de los árboles temblaban.

    El zorro esperaba pacientemente al principio. Pero la canción seguía y seguía.
    "¡Ga, ga, ga! ¡Gaaaa, gaaaa, gaaaa!"
    Pasaron cinco minutos. El zorro empezó a mover la pata con impaciencia.
    Pasaron diez minutos. El zorro se tapó una oreja.
    "¿Ya casi terminan?" preguntó, un poco molesto.
    Pero las ocas seguían cantando sin parar: "¡Ga, ga, ga! ¡Gaaaa, gaaaa, gaaaa!"

    El sol empezaba a bajar en el cielo. Al zorro le dolía la cabeza por tanto ruido.
    "¡Basta ya!" gritó el zorro, tapándose las dos orejas. "¡Esa canción no termina nunca! ¡Me están volviendo loco! ¡Prefiero buscar mi cena en otro lugar!"
    Y el zorro, muy enfadado y con un terrible dolor de oídos, salió corriendo del prado lo más rápido que pudo.

    Las ocas, al ver que el zorro se había ido, dejaron de cantar. Se miraron unas a otras y empezaron a reírse con alivio.
    ¡Su astuta canción las había salvado! Y así, la bandada de ocas pudo seguir disfrutando de su prado verde y soleado, graznando felices, pero quizás no todas al mismo tiempo y tan fuerte, por si acaso.

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