• El Pequeño Campesino

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    No hace mucho tiempo, en una aldea rodeada de campos verdes y frondosos, vivía un campesino que no tenía mucha suerte. Bueno, en realidad, no tenía casi nada. Sus vecinos, en cambio, eran bastante ricos y tenían muchas vacas gordas y lustrosas.

    Un día, nuestro campesino, al que llamaremos Pedro para entendernos mejor (aunque el cuento no dice su nombre), tuvo una idea brillante. Como no tenía una vaca de verdad, se puso a trabajar con un trozo de madera y talló un ternerito. ¡Quedó tan bonito que parecía de verdad! Le pintó unos ojos grandes y hasta le puso unas rueditas pequeñas en las patas para que pareciera que se movía.

    Al día siguiente, cuando el pastor del pueblo llevaba todas las vacas de los vecinos ricos a pastar, Pedro se acercó con su ternero de madera.
    "Señor pastor," le dijo, "por favor, cuide bien de mi ternerito. Es pequeño, pero muy valioso para mí."
    El pastor, un poco despistado, miró al ternero de madera y, sin pensarlo mucho, lo puso con las otras vacas. Claro, el ternerito de madera no comía hierba ni mugía. Simplemente se quedaba quieto.

    Al atardecer, cuando el pastor reunió al rebaño para volver a la aldea, contó las vacas y ¡oh, sorpresa! Faltaba una. Buscó y buscó, y de repente vio al ternerito de madera tirado en un rincón.
    "¡Eh, tú!", gritó el pastor a Pedro cuando lo vio. "¡Tu ternero se ha perdido! ¡Se ha escapado!"
    Pedro fingió estar muy, muy triste. "¡Oh, no! ¡Mi pobre ternerito! ¿Y ahora qué haré?"
    El pastor, sintiéndose culpable, le dijo: "No te preocupes, toma una de mis vacas a cambio. Así no te quedas sin nada."
    ¡Y así fue como Pedro consiguió una vaca de verdad gracias a su ingenio y a un ternero de madera!

    Cuando los vecinos ricos se enteraron de la treta, se enfadaron muchísimo. "¡Ese Pedro nos ha engañado! ¡Se ha burlado de nosotros!", gritaban. Decidieron que debían castigarlo. Lo atraparon, lo metieron en un saco grande y fuerte, y lo llevaron hacia el río con la intención de tirarlo al agua.

    Pero antes de llegar al río, pasaron por una taberna y decidieron entrar a tomar algo. Dejaron el saco con Pedro dentro apoyado en la puerta. Pedro, que era muy listo, empezó a gritar desde dentro del saco: "¡No quiero ser alcalde! ¡No quiero ser alcalde! ¡Es demasiado trabajo y no me gusta mandar!"

    Justo en ese momento, pasaba por allí un pastor rico que llevaba un gran rebaño de ovejas. Escuchó los gritos y, curioso, se acercó al saco.
    "¿Quién está ahí dentro y por qué gritas que no quieres ser alcalde?", preguntó el pastor.
    Pedro, con voz astuta, respondió desde el saco: "Soy yo, un pobre hombre. La gente del pueblo quiere hacerme alcalde a la fuerza, ¡pero yo no quiero! ¡Prefiero mil veces cuidar ovejas que ser alcalde!"
    El pastor rico pensó: "¡Ser alcalde! ¡Qué gran honor! ¡Y este tonto no lo quiere!". Así que le dijo a Pedro: "Oye, ¿qué te parece si hacemos un cambio? Yo me meto en el saco y me hago alcalde, y tú te quedas con todas mis ovejas y mi ropa de pastor."
    Pedro, fingiendo dudar un poco, aceptó. "Bueno, está bien. ¡Pero rápido, antes de que vuelvan!"
    El pastor rico ayudó a Pedro a salir del saco, se quitó su buena ropa de pastor, se la dio a Pedro junto con todas sus ovejas, y se metió él mismo en el saco, feliz de la vida pensando que sería alcalde.

    Al rato, salieron los vecinos ricos de la taberna. Sin mirar dentro, agarraron el saco y, ¡plaf!, lo tiraron al río. El pobre pastor rico, que soñaba con ser alcalde, se fue flotando río abajo.

    Unos días después, los vecinos ricos vieron a Pedro paseando tranquilamente por el pueblo, vestido con ropas de pastor y seguido por un enorme rebaño de ovejas blancas y lanudas. ¡No se lo podían creer!
    "¡Pedro!", exclamaron asombrados. "¿Pero cómo es posible? ¡Pensábamos que te habías ahogado en el río!"
    Pedro sonrió con picardía y les dijo: "¡Ahogados! ¡Qué va! Al contrario. Cuando me tirasteis al río, llegué al fondo y ¿sabéis qué encontré? ¡Unos prados maravillosos llenos de ovejas! ¡Miren cuántas he traído! Y todavía quedan muchísimas más allí abajo."

    Los vecinos ricos, que eran muy avariciosos y siempre querían más, se miraron entre ellos. "¡Ovejas en el fondo del río! ¡Tenemos que conseguir algunas!", pensaron.
    Así que, sin pensarlo dos veces, corrieron hacia el río y, uno tras otro, ¡pum, pum, pum!, se tiraron al agua buscando los prados llenos de ovejas.
    Claro está, en el fondo del río no había más que agua, piedras y barro. Y como se tiraron con tanta prisa y tanta ropa, pues... se quedaron allí para siempre.

    Y así fue como Pedro, el campesino que empezó sin nada, se quedó con todas las riquezas de sus vecinos gracias a su astucia. Vivió feliz y contento con su vaca y su gran rebaño de ovejas, demostrando que a veces, ser listo es mucho mejor que ser simplemente rico.

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