• La Abeja Reina

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino lleno de sol y flores, vivían un rey y sus tres hijos. Los dos mayores se creían muy listos, pero en realidad, eran un poco... bueno, digamos que no les gustaba mucho trabajar y a veces eran un poquito crueles con los animales.

    Un día, el rey les dijo: "Hijos míos, es hora de que salgan al mundo a buscar su fortuna". Los dos hermanos mayores se pusieron muy contentos y partieron enseguida, pensando en todas las riquezas que encontrarían. Pero eran tan holgazanes y se portaban tan mal, que no llegaron muy lejos y no se supo más de ellos por un tiempo.

    Entonces, el hijo menor, al que todos llamaban Tontín porque pensaban que no era muy espabilado, le dijo a su padre: "Papá, déjame ir a buscar a mis hermanos". El rey, un poco preocupado, finalmente aceptó.

    Tontín se puso en camino y, después de mucho andar, encontró a sus hermanos. Ellos, al verlo, se echaron a reír. "¿Tú? ¿Qué vas a hacer tú por aquí, Tontín?", le dijeron burlándose.

    Siguieron los tres juntos. Pronto llegaron a un hormiguero enorme. Los hermanos mayores quisieron destruirlo. "¡Miren cuántas hormigas! ¡Vamos a pisotearlas y a esparcirlas!", dijeron.
    Pero Tontín exclamó: "¡No, por favor! Dejen en paz a estas criaturitas. No les han hecho ningún daño". Y así, las hormigas siguieron con su trabajo.

    Más adelante, llegaron a un lago donde nadaban unos patos muy contentos. "¡Qué bien!", dijo uno de los hermanos. "¡Podríamos atrapar un par y asarlos para la cena!".
    "¡Por favor, no lo hagan!", suplicó Tontín. "Déjenlos nadar tranquilos. Son tan bonitos chapoteando en el agua". Y los patos siguieron nadando felices.

    Continuaron su camino y encontraron un árbol con un gran panal de abejas, lleno de miel que goteaba por el tronco. "¡Miren cuánta miel!", exclamó el otro hermano. "¡Hagamos un fuego debajo del árbol para ahuyentar a las abejas con el humo y así podremos coger toda la miel!".
    "¡Ni se les ocurra!", dijo Tontín con firmeza. "Si queman el árbol, las pobres abejas se quedarán sin casa y sin su trabajo. ¡Déjenlas en paz!". Y las abejas siguieron zumbando alrededor de su panal.

    Finalmente, los tres hermanos llegaron a un castillo muy extraño. Todo estaba en silencio, como si estuviera dormido. Los caballos en el establo eran de piedra, los perros en el patio eran de piedra, ¡incluso la gente dentro del castillo parecía de piedra!
    Recorrieron las salas con cuidado hasta que encontraron una puerta cerrada con tres candados. Al lado, había una mesita y, sobre ella, un cartel que decía: "Para romper el hechizo de este castillo, se deben cumplir tres tareas difíciles. Si fallas, te convertirás en piedra".

    Un hombrecillo muy viejo, con una barba gris que le llegaba hasta los pies, apareció de la nada y les explicó las pruebas.

    La primera tarea era recoger mil perlas que la princesa había perdido en el musgo del bosque. Tenían que encontrarlas todas antes de que se pusiera el sol. Si faltaba una sola, el que buscaba se convertiría en piedra.
    Los dos hermanos mayores lo intentaron, pero era muy difícil y se cansaron pronto. Se sentaron, se quejaron y, como no encontraron casi ninguna perla, ¡zas!, se convirtieron en estatuas de piedra.

    Tontín se quedó solo y muy triste. "¿Cómo voy a encontrar mil perlas yo solito?", pensó. Se sentó en el musgo, casi llorando. De repente, vio llegar al rey de las hormigas, ¡con cinco mil de sus súbditas! Eran las mismas hormigas que él había salvado. En un abrir y cerrar de ojos, las trabajadoras hormigas encontraron todas y cada una de las mil perlas y se las entregaron a Tontín.

    El hombrecillo sonrió cuando Tontín le mostró las perlas. "Bien hecho. La segunda tarea es sacar la llave del dormitorio de la princesa del fondo del lago".
    Tontín fue al lago. Era muy profundo. "¿Y ahora qué hago?", se preguntó. Mientras pensaba, los patos que había salvado llegaron nadando. Se zambulleron uno tras otro y, al poco rato, uno de ellos salió con la llave dorada en el pico y se la dio a Tontín.

    "¡Excelente!", dijo el hombrecillo. "Ahora, la tercera y última tarea, la más complicada de todas. En una habitación duermen las tres hijas del rey. Son idénticas, como tres gotas de agua. Debes adivinar cuál es la más joven y la más dulce de las tres. Pero cuidado, antes de dormirse, una comió un terrón de azúcar, otra un poco de jarabe dulce, y la tercera, una cucharada de miel. Esa es la pista".

    Tontín entró en la habitación. Las tres princesas dormían plácidamente y eran exactamente iguales. ¡Qué lío! ¿Cómo iba a saber cuál era cuál? Estaba muy preocupado cuando, de pronto, ¡bzzzz!, entró volando por la ventana la reina de las abejas, la misma a la que Tontín había protegido de que le quemaran su colmena. La abeja reina voló sobre las tres princesas. Probó los labios de la primera, luego los de la segunda, y finalmente se posó suavemente en los labios de la tercera princesa.
    "¡Esta es!", pensó Tontín. "¡La que comió miel!". Y así se lo dijo al hombrecillo.

    En ese mismo instante, ¡todo el castillo despertó! El hechizo se rompió. Las estatuas volvieron a ser personas y animales, y el castillo se llenó de vida y alegría. Los hermanos de Tontín también volvieron a la normalidad, aunque estaban un poco avergonzados por su comportamiento.

    Tontín se casó con la princesa más joven y dulce, la que había comido miel, y se convirtió en rey de aquel reino. Y todos aprendieron que ser bueno y amable con los demás, incluso con los animales más pequeños, siempre trae grandes recompensas. Y, por supuesto, ¡comieron mucha miel en la boda!

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