• El molino de agua

    Cuentos de Andersen
    En un rincón soleado, donde un río juguetón corría hacia el mar, vivían dos molinos. Uno era un molino viejito, viejito, con la madera un poco gastada y la rueda que a veces hacía ‘ñiiiic’ al girar. A su lado, habían construido un molino nuevo, ¡brillante y moderno!

    El molino viejo se sentía un poco triste. “Ay”, suspiraba, “ya nadie me necesita. El molino nuevo muele el grano tan rápido. Yo solo estoy aquí, mirando pasar el tiempo.”

    Un día, se quejó al río: “Tú solo pasas y pasas, y mojas mi rueda sin mucho sentido.”
    El río, con su voz burbujeante, le contestó: “¡Pero amigo molino! Yo te doy la fuerza para girar tu rueda. Con esa fuerza, antes molías el trigo para hacer pan delicioso.”

    El molino viejo no estaba muy convencido y miró al sol. “Y tú, sol, solo calientas y calientas. ¿De qué sirve tanto calor?”
    El sol, riendo con sus rayos dorados, dijo: “¡Amigo molino! Yo hago crecer el trigo en los campos. Sin mí, no habría grano que moler, ni para ti ni para el molino nuevo.”

    Cuando llegó la noche, el molino viejo vio a la luna. “Y tú, luna,” refunfuñó bajito, “solo brillas de noche cuando todos duermen. ¡Qué aburrido!”
    La luna, con su luz plateada y suave, susurró: “Yo ilumino el camino a los viajeros nocturnos y hago soñar a los niños. Además, le doy un toque mágico al paisaje, ¿no crees?”

    “Y el aire”, pensó el molino, “solo sopla y sopla, a veces demasiado fuerte y otras veces ni se siente.”
    El aire, que lo escuchó todo porque está en todas partes, silbó alegremente: “¡Oye, molino! Yo llevo las semillas de las flores a nuevos lugares, ayudo a los barcos a navegar y también hago girar a los molinos de viento. ¡Y traigo las nubes que dan lluvia para que el río no se seque y pueda seguir moviendo tu rueda!”

    El molino viejo se quedó pensando. El río, el sol, la luna, el aire… todos tenían un trabajo importante y estaban conectados. Y él, durante muchos, muchos años, también había tenido un trabajo muy valioso.

    “Quizás”, pensó con un poquito más de ánimo, “aunque ya no muela tanto grano como antes, todavía sirvo para algo.”

    Un día, unos carpinteros llegaron. Con mucho cuidado, desmontaron el molino viejo. El molino pensó que era su fin. Pero ¡sorpresa!
    Con su madera fuerte y vieja, hicieron un banco precioso y lo pusieron cerca del río, bajo un árbol frondoso. Las parejas de enamorados venían a sentarse allí y a contarse secretos, los abuelos contaban cuentos a sus nietos y los niños jugaban a su alrededor.
    Sus piedras de moler, esas que tanto habían trabajado, las usaron para hacer un caminito bonito en el jardín del pueblo.

    El molino viejo, ahora transformado en un banco y un sendero, sonrió. Ya no molía grano, pero seguía siendo útil y querido, de una forma diferente. Daba descanso y alegría a la gente.

    Y el molino nuevo seguía trabajando, ¡claro!, moliendo harina para que todos tuvieran pan. Y de vez en cuando, el viento le llevaba el sonido de las risas que venían del banco, y el molino nuevo sabía que su viejo amigo seguía siendo parte importante del lugar.

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