• Los dos hermanos

    Cuentos de Andersen
    En un pueblito no muy lejano, vivían dos hermanos. Uno se llamaba Andrés y era muy, muy rico. Tenía una casa grande y muchísimas monedas de oro. El otro hermano se llamaba Juan, y era bastante pobre, pero tenía un corazón grande y amable.

    Un día, Juan no tenía casi nada de comida para su familia. Así que fue a ver a su hermano Andrés.
    "Hermano," dijo Juan, "¿podrías darme un poquito de comida? Mis hijos tienen hambre."
    Andrés, que no era muy generoso, frunció el ceño. Finalmente, le dio solo un trocito de carne, ¡tan pequeño que casi no se veía!

    Juan, un poco triste, se fue caminando por el bosque con la carne en la mano. De repente, se encontró con una ancianita de ojos brillantes y sonrisa amable.
    "Buen hombre," dijo la ancianita, "¿qué llevas ahí?"
    "Solo este pedacito de carne que me dio mi hermano rico," respondió Juan.
    "Hmm," dijo la ancianita. "Si me das esa carne, yo te daré algo mucho mejor. Toma este viejo molinillo de mano. Parece simple, pero es mágico."
    Juan, que era bueno y confiado, le dio la carne.
    La ancianita le explicó: "Solo tienes que decirle qué quieres que muela, y lo hará. Por ejemplo, 'Molinillo, molinillo, muele gachas'. Y para detenerlo, debes decir claramente: 'Suficiente, molinillo, gracias'."

    Juan llegó a su casa, puso el molinillo en la mesa y, un poco nervioso, dijo: "Molinillo, molinillo, muele un poco de pan."
    ¡Y zas! El molinillo empezó a girar y a sacar pan calentito y delicioso. Juan y su familia estaban asombrados. Luego pidió pescado, y el molinillo molió pescado fresco. ¡Pronto tuvieron un banquete! Juan se acordó de decir: "Suficiente, molinillo, gracias," y el molinillo se detuvo.
    Desde ese día, a Juan y su familia nunca les faltó nada.

    Cuando Andrés vio que su hermano Juan de repente tenía tanta comida y parecía tan feliz, sintió mucha curiosidad y un poquito de envidia.
    "¿De dónde sacaste todo esto, Juan?" preguntó Andrés con los ojos muy abiertos.
    Juan, como era bueno y no guardaba secretos, le contó todo sobre el molinillo mágico.

    Andrés pensó: "¡Yo quiero ese molinillo para ser aún más rico!" Le ofreció a Juan mucho, mucho dinero por él. Juan, pensando que con ese dinero podría vivir bien por mucho tiempo y ayudar a otros, aceptó. Le explicó cómo usarlo, pero Andrés estaba tan emocionado pensando en todas las cosas que podría moler, que no prestó mucha atención a la frase exacta para detenerlo.

    Andrés era un comerciante y a veces viajaba en barco para vender sus mercancías. Se llevó el molinillo a su próximo viaje por mar.
    "Voy a moler sal," pensó Andrés. "La sal es muy valiosa y la venderé por montañas de oro."
    Una vez en alta mar, puso el molinillo en la cubierta del barco y ordenó con voz fuerte: "Molinillo, molinillo, muele sal."
    ¡Y el molinillo empezó a moler sal! Montones y montones de sal blanca y brillante.
    Pronto hubo tanta sal que el barco empezó a llenarse.
    "¡Basta ya!" gritó Andrés. Pero el molinillo no se detuvo.
    "¡Para, molinillo, para!" intentó de nuevo. Pero esa no era la frase mágica.
    El molinillo seguía moliendo sal, más y más sal. El barco se hizo muy pesado y empezó a hundirse lentamente.
    Andrés, desesperado, no sabía qué hacer. El barco se hundió, llevándose a Andrés y al molinillo al fondo del mar.

    Y dicen que por eso el mar es salado. Porque allá en el fondo, el molinillo mágico sigue y sigue moliendo sal, pues nadie le ha dicho todavía: "Suficiente, molinillo, gracias."

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