• La Pastorcita y el Deshollinador

    Cuentos de Andersen
    En el salón de una casa, encima de una vieja cómoda, vivían unas figuritas muy especiales.

    Había una Pastorcita de porcelana, tan delicada y bonita con su vestido de flores y su pequeño bastoncito dorado. A su lado, siempre sonriente, estaba un Deshollinador, también de porcelana, con su escalera al hombro y su cara un poquito manchada de hollín, ¡pero con un corazón de oro! Se querían mucho, mucho.

    Cerca de ellos, había un Viejo Chino de porcelana que la Pastorcita llamaba abuelo. Este Viejo Chino podía mover la cabeza para decir que sí, ¡y lo hacía muy a menudo!

    El problema era que en un rincón oscuro de la cómoda vivía un General Comandante Patadechivo. Era una figura grande de madera, con una barba larga y unos cuernos un poco feos. ¡Y quería casarse con la Pastorcita! El Viejo Chino había dicho que sí con la cabeza a esta boda. ¡Pobre Pastorcita! No quería casarse con el General, le daba un poco de miedo y decían que tenía once esposas de porcelana guardadas en el armario.

    Una noche, la Pastorcita le dijo al Deshollinador, con lágrimas en los ojos: "¡No quiero casarme con él! ¡Tenemos que escapar!"

    El Deshollinador, que era muy valiente, le dijo: "Conozco un camino. ¡Subiremos por la chimenea y saldremos al mundo!"

    La Pastorcita tuvo un poco de miedo, pero confiaba en su amigo. Con mucho cuidado, bajaron de la cómoda. ¡Qué alto parecía todo desde abajo! Se escondieron un ratito en un teatro de juguete que había por allí, donde los personajes de cartón daban una función.

    Luego, llegaron a la chimenea. Estaba oscura y llena de hollín. "¡No te preocupes!", dijo el Deshollinador. "Yo te guiaré."

    Subieron y subieron. La Pastorcita se manchó un poquito su vestido, pero no le importó. ¡Por fin! Salieron al tejado. ¡Qué maravilla! Las estrellas brillaban como nunca y la ciudad se extendía a sus pies.

    Pero de repente, la Pastorcita miró hacia abajo. ¡El mundo era tan grande, tan enorme! Se sintió muy pequeñita y asustada. "¡Oh, Deshollinador!", lloró. "El mundo es demasiado grande para nosotros. Quiero volver a nuestra cómoda."

    El Deshollinador, aunque un poco triste, entendió. Amaba demasiado a la Pastorcita como para verla infeliz.

    Así que, con cuidado, volvieron a bajar por la chimenea, más rápido esta vez. Cuando llegaron al salón, ¡sorpresa! El Viejo Chino estaba en el suelo, ¡hecho pedazos! Seguramente se había caído intentando seguirlos o de puro enfado.

    La Pastorcita se preocupó mucho, a pesar de todo.

    El Deshollinador tuvo una idea brillante. "Podemos pedir que lo peguen", dijo. "Pero diremos que le pongan un remache en el cuello para que quede bien fuerte... ¡y así ya no podrá mover la cabeza para decir que sí!"

    Y así fue. Pegaron al Viejo Chino, y aunque tenía una pequeña marca en el cuello, quedó como nuevo. Pero ya no podía asentir con la cabeza.

    Cuando el General Comandante Patadechivo volvió a preguntar por la Pastorcita, el Viejo Chino no pudo decir que sí. ¡Y como no decía nada, el General se aburrió y se fue!

    La Pastorcita y el Deshollinador se quedaron juntos en su cómoda, felices para siempre. Habían visto el gran mundo, y aunque decidieron que su pequeño rincón era el mejor, nunca olvidaron su aventura bajo las estrellas.

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