La pequeña cosa verde
Cuentos de Andersen
En un reino donde los pájaros cantaban melodías de caramelo y las flores olían a pastel de manzana, vivía un Rey con una hija muy lista y una idea aún más brillante. Un día, el Rey anunció con voz de trompeta: "¡Atención, atención! Quien cree la cosa más increíble de todas, se casará con mi hija y tendrá la mitad de mi reino."
Llegó gente de todas partes con sus inventos. Un señor trajo un zapato que bailaba claqué solito. ¡Qué divertido! Otra señora presentó una almohada que contaba cuentos para dormir. ¡Qué práctico! Pero, ¿eran lo más increíble?
Entonces apareció un joven, no muy rico pero con una mente llena de chispas. Había construido un reloj enorme y precioso. ¡Pero no era un reloj cualquiera! Cada vez que daba la hora, salían pequeñas figuras que representaban cosas maravillosas: una bailarina daba piruetas elegantes, un valiente caballero luchaba con un dragón de juguete, y hasta los cinco sentidos aparecían como muñequitos simpáticos que olían flores imaginarias, tocaban texturas suaves y saboreaban dulces invisibles. ¡Era una obra de arte! Todos estaban boquiabiertos.
Pero, ¡ay! Entre la multitud había un hombretón muy fuerte y bastante envidioso. No le gustó nada que el reloj del joven fuera tan admirado. Así que, con un ¡ZAS! y un ¡PLAF!, le dio un golpe tremendo al reloj y lo hizo añicos. ¡Qué pena y qué enfado sintió la gente!
Los jueces se miraron confundidos. "Hmm," dijo uno rascándose la barbilla, "destruir algo tan perfecto con tanta fuerza... ¡eso es bastante increíble, ¿no creen?". Algunos, un poco despistados, estuvieron de acuerdo, pensando que romper era más sorprendente que crear con paciencia.
Pero justo cuando iban a tomar una decisión equivocada, algo mágico sucedió. Del reloj roto, empezaron a salir lucesitas brillantes, como si las almas de las pequeñas figuras no se hubieran rendido. Flotaron en el aire y, sin decir ni una palabra, señalaron al hombretón. Con su luz, mostraron a todos que su acción no había sido increíble, sino un acto feo y lleno de envidia. Crear belleza y alegría, eso sí era verdaderamente increíble.
Así que el joven inventor, el que había soñado y construido con tanto cariño el reloj maravilloso, fue declarado el verdadero ganador. Se casó con la princesa, que estaba feliz de tener a alguien tan ingenioso y de buen corazón a su lado. Y aunque el primer reloj se rompió, la idea de que crear cosas bellas y sorprendentes es lo más valioso, vivió para siempre en aquel reino feliz.
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