• La muerte de Baldr

    Mitología nórdica
    En el brillante reino de Asgard, donde vivían los dioses nórdicos, había un dios llamado Baldur. Era el dios de la luz, la belleza y la alegría, y todos, absolutamente todos, lo querían muchísimo. Cuando Baldur sonreía, parecía que el sol brillaba con más fuerza y las flores se abrían más bonitas.

    Pero un día, Baldur empezó a tener sueños muy feos, sueños que le decían que algo malo le iba a pasar. Su mamá, la diosa Frigg, que era muy sabia y quería mucho a su hijo, se preocupó un montón. Así que Frigg tuvo una idea: ¡haría que todas las cosas del mundo prometieran no hacerle daño a Baldur!

    Frigg viajó por todas partes. Habló con las piedras y los árboles, con los animales grandes y pequeños, con el fuego y el agua, ¡incluso con las enfermedades! Y todas las cosas, encantadas con el bueno de Baldur, prometieron solemnemente: "No te preocupes, Frigg, ¡nunca le haremos daño a Baldur!".

    Frigg estaba muy contenta. Solo hubo una cosita, una planta muy pequeña y que parecía inofensiva llamada muérdago, a la que Frigg no le pidió la promesa. Pensó: "¡Bah! Es tan joven y tan suave, ¿qué daño podría hacer?".

    Ahora, los dioses se divertían mucho en Asgard. Como sabían que Baldur era invencible, jugaban a lanzarle cosas: flechas, piedras, hachas... ¡y todo rebotaba en Baldur sin hacerle ni un rasguño! Baldur se reía, y todos se reían con él.

    Pero había alguien a quien no le hacía tanta gracia: Loki, el dios de las travesuras, que a veces era un poco envidioso y le gustaba causar problemas. Loki, muy astuto, se disfrazó de una ancianita y fue a visitar a Frigg. Hablando y hablando, consiguió que Frigg le contara el secreto: que todas las cosas habían prometido no dañar a Baldur, excepto el pequeño muérdago.

    ¡Loki sonrió con malicia! Buscó una ramita de muérdago, la afiló un poquito y fue a donde los dioses estaban jugando. Allí estaba Hod, el hermano de Baldur, que era ciego. Hod quería participar en el juego, pero no podía ver para apuntar.

    Loki se acercó a Hod y le dijo con voz amigable: "Hod, amigo, ¿quieres que te ayude a lanzarle algo a Baldur? Toma esta ramita". Y le puso la rama de muérdago en la mano, guiándosela para que apuntara bien.

    Hod, sin saber qué era lo que tenía en la mano, lanzó la ramita con fuerza. Y ¡oh, no! La pequeña rama de muérdago, la única cosa que podía herir a Baldur, lo atravesó. Baldur cayó al suelo, y la luz pareció apagarse en Asgard.

    Todos los dioses se quedaron helados. ¡No podía ser! El llanto y la tristeza llenaron el reino. El sol se escondió detrás de las nubes y las flores se marchitaron.

    Odín, el padre de todos los dioses y papá de Baldur, estaba destrozado. Decidió enviar a otro de sus hijos, Hermod, al oscuro reino de Hel, la diosa de los muertos, para pedirle que dejara volver a Baldur. Hermod cabalgó durante nueve noches en el caballo de ocho patas de Odín, Sleipnir, hasta llegar al mundo subterráneo.

    Hel escuchó la petición de Hermod y dijo: "Si todas las cosas en el mundo, vivas y muertas, lloran por Baldur, entonces podrá regresar".

    Los mensajeros de los dioses fueron por todos los rincones del universo, pidiendo a cada ser y a cada cosa que llorara por Baldur. Y todos lloraron: los humanos, los animales, los árboles, las piedras... ¡hasta el hierro lloró lágrimas de óxido! Parecía que Baldur iba a poder volver.

    Pero, en una cueva oscura, encontraron a una giganta muy vieja y gruñona llamada Thokk. Cuando le pidieron que llorara por Baldur, ella respondió: "¡No derramaré ni una lágrima por Baldur! ¡Que Hel se quede con lo que tiene!".

    Y ¿saben quién era en realidad esa giganta Thokk? ¡Era Loki disfrazado otra vez!

    Como no todas las cosas lloraron por Baldur, el bueno y querido dios de la luz tuvo que quedarse en el reino de Hel. Y en Asgard, todos estuvieron muy, muy tristes durante mucho tiempo, extrañando la alegría y la sonrisa de Baldur. Y Loki, bueno, esa es otra historia, pero digamos que su travesura no quedó sin consecuencias.

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