• Señalar un ciervo y llamarlo caballo

    Fábulas chinas
    En un gran palacio de la antigua China, vivía un consejero del Emperador llamado Zhao Gao. Era muy listo, ¡listísimo! Y también un poco... mandón. Le gustaba que todos le hicieran caso y estuvieran de acuerdo con él en todo.

    Un día, Zhao Gao tuvo una idea un poco traviesa para ver quiénes eran sus amigos de verdad y quiénes solo le tenían miedo. Fue al bosque y, con mucho cuidado, atrapó un ciervo muy bonito, con grandes cuernos y un pelaje suave de color canela.

    Llevó el ciervo al gran salón del palacio, justo cuando el joven Emperador estaba reunido con todos sus ministros y consejeros. Zhao Gao hizo una gran reverencia y, señalando al ciervo, dijo con voz fuerte: "¡Majestad! Le he traído un regalo maravilloso: ¡un caballo extraordinario, el más veloz y fuerte que jamás haya visto!"

    El joven Emperador parpadeó. Miró al animal, luego a Zhao Gao, y otra vez al animal. Tenía cuernos ramificados, no crines largas. Tenía pezuñas pequeñas y delicadas, no cascos grandes y fuertes. "Pero... Zhao Gao," dijo el Emperador rascándose la cabeza, "eso que está ahí parece... un ciervo. Tiene cuernos y manchas en el lomo, como los ciervos del bosque."

    Zhao Gao sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "¡Oh no, Majestad! Usted se confunde. Este es, sin duda alguna, un caballo muy especial. ¿Verdad, honorables ministros?" Y miró fijamente a todos los presentes.

    Un silencio incómodo llenó la sala. Algunos ministros, que querían quedar bien con el poderoso Zhao Gao, se apresuraron a decir: "¡Sí, sí! ¡Qué caballo tan magnífico! ¡Nunca había visto uno igual, Consejero Gao!" Otro añadió: "¡Sus patas son tan fuertes y su porte tan elegante! ¡Definitivamente un caballo de primera!"

    Pero otros ministros, que eran honestos y un poco más valientes, susurraron entre ellos. Uno, finalmente, se atrevió a decir en voz baja: "Con todo respeto, Majestad y Consejero Gao, pero... yo también creo que es un ciervo. Claramente tiene las características de un ciervo."

    Zhao Gao frunció el ceño al escuchar esto. Miró con dureza a los que habían dicho que era un ciervo. No dijo nada en ese momento, pero tomó nota mentalmente de quiénes se habían atrevido a contradecirle.

    Más tarde, poco a poco, los ministros que habían dicho la verdad y habían llamado ciervo al ciervo, empezaron a tener problemas. Algunos fueron enviados a misiones lejanas de las que nunca regresaron, otros simplemente dejaron de ser invitados al palacio.

    Así, Zhao Gao se aseguró de que la mayoría de la gente a su alrededor siempre estuviera de acuerdo con él, incluso si él decía que un ciervo era un caballo. Y todos aprendieron que, a veces, decir la verdad podía ser un poco complicado cuando alguien muy poderoso quería oír otra cosa.

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