• Las Tres Lenguas

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    **Versión 1**

    Había una princesa muy bonita a la que le encantaba jugar con su pelota de oro. ¡Era su juguete favorito y brillaba más que el sol! Un día, mientras jugaba cerca del pozo del jardín, ¡plaf!, la pelota se le escapó de las manos y cayó al agua profunda. La princesa se puso muy triste y empezó a llorar. De repente, escuchó una vocecita: "Croac, croac, ¿por qué lloras, princesa?". Era una ranita verde que asomaba la cabeza fuera del agua.

    "Lloro porque mi pelota de oro se ha caído al pozo", dijo la princesa. La rana le contestó: "Yo puedo ayudarte a sacarla, pero tienes que prometerme algo. Prométeme que seré tu amigo, que comeré de tu plato, beberé de tu vaso y dormiré en tu habitación, cerca de ti". La princesa pensó: "¡Qué rana tan tonta! Nunca podrá salir del pozo y venir al castillo". Así que le dijo: "¡Sí, sí, te lo prometo todo!".

    La rana se zambulló y al poco rato salió con la pelota dorada en la boca. Se la dio a la princesa, y ella, feliz, la agarró y echó a correr hacia el castillo, olvidándose de la rana. Pero al día siguiente, mientras comía con su padre el rey, escucharon unos golpes en la puerta: ¡ploc, ploc! Y una voz que cantaba: "Princesita, la menor, ábreme, por favor, cumple lo que ayer junto al pozo prometiste, mi amor".

    El rey le preguntó qué pasaba, y la princesa, con la cara roja, le contó la historia. El rey le dijo seriamente: "Lo que se promete, hay que cumplirlo. Ve y abre la puerta". La princesa obedeció de mala gana. La rana entró dando saltitos y le dijo: "Quiero comer de tu plato". La princesa tuvo que compartir su comida, aunque le daba mucho asco. Luego la rana dijo: "Tengo sueño, llévame a tu habitación".

    La princesa no quería, pero su padre insistió. Subió a su cuarto con la rana y la dejó en un rincón. Pero la rana saltó y dijo: "Quiero dormir en tu almohada". La princesa se enfadó muchísimo, agarró a la rana y, sin pensar, la lanzó contra la pared. ¡Pero sorpresa! En lugar de una rana aplastada, apareció un príncipe muy guapo. Él le sonrió y le explicó que una bruja malvada lo había convertido en rana y que solo una princesa podía romper el hechizo. La princesa se sintió un poco avergonzada, pero también feliz. Se hicieron muy amigos y, poco tiempo después, celebraron una gran boda.

    **Versión 2**

    En un reino muy lejano, junto a un bosque frondoso, había un castillo donde vivía una joven princesa. Le encantaba salir a pasear y jugar cerca de una fuente antigua cuya agua era fresca y clara. Su juego preferido era lanzar al aire una brillante pelota de oro y volver a cogerla. Pero una tarde, la pelota se le escapó y ¡splash!, cayó dentro de la fuente, que era muy honda. La princesa se sentó en el borde y lloró desconsoladamente.

    Mientras lloraba, oyó un "¡Croac! ¡Princesa! ¿Qué te ocurre?". Al mirar, vio una rana asomando sus ojos saltones por encima del agua. "¡Ay, ranita!", sollozó, "mi pelota de oro ha caído a la fuente". La rana le dijo: "No llores más. Yo puedo recuperar tu pelota. Pero a cambio, debes prometerme que me dejarás vivir contigo en el castillo, comer de tu platito dorado y dormir en tu camita". La princesa pensó que era una petición extraña para una rana, pero como quería su pelota, aceptó: "¡Te lo prometo!".

    La rana se sumergió y al momento volvió con la pelota. La princesa la tomó rápidamente, dio las gracias deprisa y corrió al palacio, sin pensar más en la rana. Al día siguiente, a la hora de la cena, ¡toc, toc!, alguien llamó a la gran puerta del comedor. Era la rana, que había llegado dando saltos. La princesa se puso pálida. El rey, su padre, al verla, le preguntó qué sucedía. Ella le contó su promesa.

    El rey frunció el ceño y dijo: "Hija mía, una promesa es una promesa. Debes cumplir tu palabra". Así que la princesa tuvo que subir a la rana a la mesa. Comió de su plato con mucho disgusto. Cuando terminaron, la rana dijo: "Estoy cansada, quiero ir a dormir a tu cuarto". A la princesa casi le da algo, pero tuvo que llevarla. Una vez en la habitación, la rana quiso subir a la cama. La princesa no pudo más, sintió tanta repulsión que cogió a la rana y la tiró al suelo con fuerza.

    Pero ¡qué maravilla! Al tocar el suelo, la rana se transformó en un príncipe con ojos amables y ropa elegante. Le explicó que una hechicera lo había encantado y que necesitaba que una princesa rompiera el maleficio de esa manera. La princesa se quedó boquiabierta. Se disculpó por haber sido tan brusca y él le perdonó. Se hicieron grandes compañeros y, al poco tiempo, el príncipe le pidió que fuera su esposa, y vivieron felices para siempre.

    **Versión 3**

    ¿Alguna vez has perdido tu juguete favorito? Imagina que cae en un lugar muy, muy hondo. Pues eso mismo le pasó a una princesa que jugaba con su esfera dorada, ¡su tesoro!, cerca de un viejo pozo en los jardines del palacio. ¡Zas! La esfera rodó y cayó al agua oscura. La princesa se puso a llorar a lágrima viva, pensando que nunca la recuperaría.

    De pronto, una voz ronca dijo: "Croac... ¿Qué le pasa a la alteza?". Una rana bastante grande la miraba desde el borde del pozo. "He perdido mi pelota de oro", dijo la princesa entre sollozos. "Hmm", dijo la rana, "yo te la puedo traer. Pero tienes que prometerme algo a cambio: serás mi compañera de juegos, me dejarás comer en tu mesa y me acurrucaré contigo para dormir". La princesa, desesperada por su pelota, dijo "¡Sí, sí, lo que quieras!", aunque por dentro pensaba que era imposible que una rana llegara al castillo.

    La rana cumplió su parte: buceó y le devolvió la pelota. La princesa, emocionada, la agarró y corrió al palacio, olvidando su promesa. Pero la rana no olvidó. Al día siguiente, mientras la familia real cenaba, se oyeron unos golpecitos húmedos en la puerta. ¡Era la rana! Venía a reclamar lo prometido. La princesa se puso roja como un tomate.

    Su padre, el rey, un hombre justo, le dijo: "Hija, no puedes romper una promesa. Deja entrar a tu invitado". Con muy mala cara, la princesa compartió su cena con la rana, que comía ruidosamente a su lado. Después, la rana bostezó: "Llévame a tu cuarto, quiero dormir". La princesa sentía escalofríos, pero tuvo que obedecer. En su habitación, la rana saltó hacia su cama. ¡Eso fue demasiado para la princesa! Llena de rabia y asco, agarró a la criatura viscosa y ¡la estampó contra la pared!

    Pero en vez de un desastre, ocurrió algo mágico. ¡La rana se convirtió en un apuesto príncipe! Le contó que estaba bajo un hechizo y que ella, al tratarlo tan mal (aunque no era la mejor manera), había roto la maldición. La princesa se sintió fatal por haber sido tan cruel, pero el príncipe fue comprensivo. Le dio las gracias y, para sorpresa de todos, se enamoraron y decidieron casarse, demostrando que las apariencias engañan y que las promesas son importantes.

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