• El tamborilero

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un rincón soleado del mundo, no hace mucho tiempo, vivía un muchacho muy alegre que siempre iba con su tambor. ¡Bum, bum, barabum! Tocaba tan bien que hacía sonreír a todo el que lo escuchaba. Aunque no tenía mucho dinero, siempre estaba contento.

    Un atardecer, mientras caminaba cerca de un lago tranquilo, vio algo blanco y brillante en la orilla. Se acercó y ¡oh, sorpresa! Eran tres camisitas de tela muy fina, como de seda. Las recogió, pensando que eran muy bonitas.

    De repente, escuchó un chapoteo y ¡zas! Tres muchachas hermosísimas salieron del agua. Al ver al tamborilero con sus camisas, le pidieron que se las devolviera.
    "¡Son nuestras camisas mágicas!", dijeron.
    El tamborilero, que era un buen chico, les devolvió dos. Pero la tercera... ¡ay, la tercera! Se la quedó. La doncella dueña de esa camisa se puso un poco triste.
    "Soy una princesa," le confesó, "y una bruja malvada me tiene encantada. Si te quedas con mi camisa, tendré que servirte".
    "Bueno," dijo el tamborilero, un poco pícaro, "entonces me servirás durante un año. ¡Pero no te preocupes, seré un buen amo!"

    La princesa, aunque era princesa, cumplió su palabra y le sirvió con esmero durante un año. Hacía todo con tanta gracia que el tamborilero se encariñó mucho con ella. Cuando el año estaba por terminar, la princesa le dijo:
    "Mi hogar está en la Montaña de Cristal. Si quieres encontrarme, tendrás que ir allí. Pero ten cuidado, es un lugar peligroso custodiado por una bruja".

    El tamborilero, valiente como él solo, decidió ir a buscar a su princesa. Guardó la camisita con cuidado y, ¡bum, bum, barabum!, se despidió con su tambor y se puso en camino.
    Anduvo y anduvo, y en un bosque oscuro encontró a tres gigantes que discutían a gritos.
    "¡Es mío!", decía uno. "¡No, mío!", gritaba otro.
    Se peleaban por tres tesoros: una capa que te hacía invisible, unas botas que corrían siete leguas de un solo paso, y una espada que podía cortar cualquier cosa.
    El tamborilero, que era muy listo, les dijo: "¡Amigos gigantes! ¿Por qué no hacen una carrera hasta aquella montaña lejana? El que gane se queda con todo".
    Los gigantes, que no eran muy listos, aceptaron. Mientras corrían como locos, el tamborilero se puso la capa invisible, se calzó las botas veloces y agarró la espada. Cuando los gigantes volvieron, ¡el tamborilero y los tesoros habían desaparecido!

    Con sus botas mágicas, llegó en un abrir y cerrar de ojos a la Montaña de Cristal. Era altísima y tan lisa que parecía imposible de escalar. Pero nuestro tamborilero era ingenioso. Con la ayuda de sus botas y su astucia, logró subir poco a poco hasta la cima.
    Allí, en un castillo brillante, encontró a su princesa. ¡Pero también estaba la bruja malvada!
    La bruja, al ver al tamborilero, se enfadó muchísimo. Pero él no tenía miedo. Sacó su espada mágica y, con un movimiento rápido y valiente, luchó contra la bruja y la venció. ¡El hechizo se rompió!

    La princesa fue libre al fin. Estaba tan feliz que abrazó al tamborilero.
    "¡Me has salvado!", exclamó.
    Se casaron, por supuesto, y el tamborilero se convirtió en príncipe. Ya no era pobre, ¡pero seguía siendo igual de alegre! Y de vez en cuando, para recordar sus aventuras, el príncipe tamborilero tocaba su tambor: ¡Bum, bum, barabum! Y todos en el reino sonreían.

    1207 Vistas