El maestro ladrón
Cuentos de los Hermanos Grimm
Imaginen un muchacho llamado Jan que tenía un sueño muy particular: no quería ser caballero ni panadero, ¡quería ser el ladrón más astuto del mundo! Pero no un ladrón malo, sino uno que fuera famoso por su inteligencia.
Un día, Jan regresó a casa de sus padres después de haber aprendido muchos trucos. "¡Soy un maestro ladrón!", anunció con una sonrisa pícara. Su padre, un hombre bueno y sencillo, se preocupó mucho. "¿Un ladrón? ¡Eso no está bien, hijo!". Pero Jan insistió tanto en que solo era un juego de astucia, que su padre, un poco avergonzado y muy nervioso, decidió llevarlo ante el Conde del lugar.
El Conde, al escuchar la historia, soltó una carcajada. "¿Un maestro ladrón, dices? ¡Qué divertido! Bueno, si es así, tendrás que demostrármelo. Te pondré tres pruebas. Si las superas, te dejaré ir. Si no, conocerás mis calabozos".
Jan aceptó con entusiasmo.
"Primera prueba", dijo el Conde. "Deberás robar mi caballo favorito de su establo esta noche. Estará vigilado por mis mejores soldados".
Esa noche, Jan se acercó al establo. Vio a los guardias, bostezando un poco. Jan tuvo una idea astuta. Se vistió como una viejecita que vendía vino y se acercó a ellos. "Buenas noches, valientes soldados. ¿No quieren un traguito de este vino dulce para pasar el frío?". Los soldados, contentos, aceptaron. El vino era tan rico y calentito que, poco a poco, se quedaron profundamente dormidos. Jan, con mucho cuidado, entró al establo, acarició al caballo para que no relinchara y se lo llevó sin hacer el menor ruido.
A la mañana siguiente, el Conde fue al establo y... ¡sorpresa! El caballo no estaba. Se quedó con la boca abierta. "¡Increíble!", exclamó. "Pero veamos si puedes con la segunda prueba. Esta noche, deberás robar la sábana de debajo de mi esposa y de mí mientras dormimos, y también el anillo que ella lleva en el dedo".
Jan pensó y pensó. Esa noche, consiguió un muñeco del tamaño de una persona y lo vistió con ropas viejas. Con una escalera, lo apoyó con cuidado contra la ventana de la habitación del Conde. Luego, se escondió. El Conde, que estaba muy alerta, vio una sombra en la ventana y pensó: "¡Ahí está el ladrón!". Agarró su pistola y ¡PUM!, disparó al muñeco. Creyendo que había atrapado a Jan, salió corriendo a ver. Mientras el Conde y sus sirvientes estaban ocupados con el muñeco, Jan, rápido como una ardilla, se deslizó por otra ventana, entró en la habitación, y con una suavidad increíble, sacó la sábana de la cama y quitó el anillo del dedo de la Condesa sin que nadie se diera cuenta.
Cuando el Conde regresó, furioso por haber sido engañado por un muñeco, descubrió que la sábana y el anillo habían desaparecido. ¡Estaba aún más asombrado! "Este muchacho es un genio", pensó. "Pero queda la última prueba, la más difícil. Deberás traerme al cura y al sacristán de la iglesia, metidos en un saco".
Jan se fue a la iglesia esa noche. Se escondió en un rincón oscuro y esperó. Cuando el cura y el sacristán estaban solos, Jan empezó a hablar con una voz profunda y misteriosa, como si viniera del cielo: "Soy un ángel enviado para llevar al paraíso a las almas buenas. Aquellos que quieran venir conmigo, deben meterse en este saco mágico". El cura y el sacristán, muy emocionados y un poco asustados, pensaron que era su día de suerte. ¡Ir al paraíso! Sin dudarlo, se metieron uno tras otro en el gran saco que Jan había dejado convenientemente abierto. Jan cerró el saco rápidamente y, cargándolo al hombro, se los llevó al Conde.
Cuando el Conde vio al cura y al sacristán salir del saco, confundidos y mareados, no pudo más que reír a carcajadas. "¡Jan, Jan!", dijo el Conde, secándose las lágrimas de la risa. "Has ganado. Eres, sin duda, el ladrón más listo que he conocido. Pero prométeme que usarás tu gran inteligencia para hacer cosas buenas y ayudar a la gente, no para causar problemas".
Jan sonrió y lo prometió. El Conde le dio una buena recompensa, y Jan se hizo famoso en toda la comarca, no como un ladrón, sino como el hombre más ingenioso y astuto, siempre dispuesto a resolver los problemas más difíciles con sus ideas brillantes. Y así, vivió muchas aventuras, usando su inteligencia siempre para el bien.
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