• La verdadera novia

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Hace mucho, mucho tiempo, cuando los animales hablaban y los deseos se cumplían, vivía una joven muy buena y trabajadora. Pero ¡ay! Tenía una madrastra muy gruñona y una hermanastra bastante perezosa. La hacían trabajar desde que salía el sol hasta que se escondía la luna, sin descanso.

    Un día de invierno, con nieve por todas partes, la madrastra le dijo con voz áspera: "¡Ve al bosque y tráeme una cesta llena de fresas! Si no, ¡no habrá cena para ti!". La pobre muchacha lloró, ¿fresas en invierno? ¡Eso era imposible! Pero obediente, se abrigó como pudo y fue al bosque helado. Allí, mientras buscaba sin esperanza, unos hombrecillos diminutos y amables que vivían bajo las raíces de un gran árbol escucharon sus sollozos. "No llores, buena niña", dijeron con vocecitas chillonas. Y con un poco de magia, ¡zas!, hicieron aparecer una cesta llena de las fresas más rojas y jugosas que jamás se habían visto.

    La madrastra se quedó con la boca abierta al ver las fresas, pero en lugar de alegrarse, se enfadó más. Al día siguiente, le ordenó: "Toma esta cuchara que tiene más agujeros que un colador y vacía el estanque del jardín antes de que anochezca". ¡Otra tarea imposible! La muchacha se sentó junto al estanque, muy triste. De pronto, unos patitos curiosos se acercaron nadando. "Cuac, cuac, ¿qué te pasa?", parecieron preguntar. Ella les contó su pena, y los patitos, compadecidos, empezaron a sacar agua con sus picos. Pronto se unieron ranas y hasta una cigüeña elegante, ¡y antes de la noche, el estanque estaba vacío!

    La madrastra estaba que echaba chispas por los ojos. "¡Esto no puede ser!", refunfuñó. "¡Mañana quiero un castillo de oro y plata aquí mismo, más grande y brillante que el del rey!", gritó. "¡Y debe estar listo cuando cante el gallo!".

    Esta vez, la muchacha pensó que todo estaba perdido. Se fue a su camastro llorando. Pero durante la noche, mientras dormía profundamente, todos los seres mágicos del bosque, agradecidos por su corazón bondadoso, trabajaron sin parar. Hadas, duendes, y hasta los animalitos que había ayudado, construyeron un castillo deslumbrante. Cuando el primer rayo de sol asomó, ¡un castillo de oro y plata, con torres que brillaban como estrellas, se alzaba en el jardín!

    Justo en ese momento, el príncipe del reino, que pasaba por allí cazando, vio el castillo y se quedó maravillado. "¿Quién ha construido esta maravilla?", pensó. Entró con cautela y encontró a la joven, vestida con sus ropas sencillas pero con una sonrisa tan dulce como la miel. El príncipe, al ver su belleza y la magia que la rodeaba, se enamoró al instante. "¡Tú debes ser una princesa encantada!", exclamó. "¿Querrías casarte conmigo?".

    Ella, con el corazón latiéndole fuerte de alegría, dijo que sí. El príncipe le dio un anillo precioso como promesa y le dijo: "Volveré en tres días para celebrar nuestra boda".

    Pero en cuanto el príncipe se fue, la madrastra y la hermanastra, verdes de envidia, empujaron a la joven a un oscuro gallinero y la encerraron. Cuando el príncipe regresó, la malvada madrastra le presentó a su propia hija, cubierta de velos y joyas para que no se notara el engaño. "Aquí está tu prometida", dijo con una sonrisa falsa. El príncipe, aunque un poco confundido porque no la recordaba exactamente así, fue engañado por la astuta mujer y se llevó a la hermanastra al palacio.

    Mientras tanto, la verdadera novia fue olvidada y tuvo que cuidar los gansos del palacio para poder comer. Todos los días, llevaba los gansos a un prado cercano. Y mientras los gansos picoteaban la hierba, ella cantaba con tristeza, acariciando a su ganso favorito:
    "Ay, gansito blanco, gansito amigo,
    qué pena tan grande llevo conmigo.
    El príncipe amado me ha olvidado ya,
    con otra en el palacio se casará."

    Un día, el príncipe paseaba cerca del prado y escuchó la dulce y triste canción. La voz le sonaba extrañamente familiar. Se acercó con sigilo, escondiéndose detrás de unos arbustos, y vio a la joven pastora de gansos. ¡Reconoció sus ojos brillantes y su sonrisa, aunque ahora estuviera triste! Y entonces vio el anillo que él mismo le había dado brillando en su dedo.

    "¡Tú eres!", exclamó el príncipe, saliendo de su escondite. "¡Tú eres mi verdadera novia!". Ella, entre lágrimas y sonrisas, le contó todo el engaño de la madrastra.

    El príncipe, muy enfadado por la mentira, llevó a la joven de vuelta al palacio inmediatamente. Allí, delante de toda la corte, desenmascaró a la madrastra y a la hermanastra. Avergonzadas, fueron expulsadas del reino para no volver jamás.

    Y así, la joven buena y trabajadora, la verdadera novia, se casó con el príncipe. Celebraron una fiesta enorme que duró siete días y siete noches. Todos los animalitos y los seres mágicos del bosque que la habían ayudado fueron los invitados de honor. Y vivieron felices para siempre, recordando que la bondad y la paciencia siempre, siempre, tienen su recompensa.

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