El niño pobre en la tumba
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casa grande, grande, con un jardín lleno de flores, vivía un niño al que llamaremos Pequeñín. Pero no se dejen engañar por el jardín bonito, porque Pequeñín no era muy feliz. Sus amos, Don Rico y Doña Rica, los dueños de la casa, no eran muy amables con él.
Pequeñín trabajaba mucho, mucho, desde que salía el sol hasta que se escondía la luna. Limpiaba, barría, ayudaba en la cocina... ¡hacía de todo! Pero Don Rico y Doña Rica le daban tan poquita comida que Pequeñín siempre tenía hambre, y si algo no salía perfecto, ¡zas!, un regaño.
Un día, Pequeñín estaba barriendo el patio, tan cansado y triste que suspiró muy bajito: "Ay, si pudiera estar quietecito en una camita bajo tierra, ¡qué paz tendría! Nadie me mandaría más cosas ni me regañaría."
Don Rico, que justo pasaba por ahí con sus orejas bien atentas, escuchó esto. "¡Qué niño tan malagradecido!", pensó Don Rico para sus adentros. "¡Pues le vamos a conceder su deseo!" Y fue corriendo a contárselo a Doña Rica.
Esa noche, cuando la luna era una uñita en el cielo y todo estaba oscuro y silencioso, Don Rico y Doña Rica despertaron a Pequeñín. Sin decirle ni pío, lo llevaron sigilosamente al cementerio, que estaba al lado de la iglesia. ¡Qué susto tenía Pequeñín!
Encontraron una fosa vacía y, con cuidado pero sin cariño, metieron a Pequeñín dentro. El pobre niño temblaba, pero no decía nada.
Justo cuando Don Rico tomaba una pala para empezar a echar tierra, ¡apareció el sacerdote del pueblo! El sacerdote llevaba un farolito y preguntó con voz amable pero firme: "Buenas noches. ¿Qué hacen ustedes aquí a estas horas tan tardías?"
Don Rico, poniéndose un poco pálido, tartamudeó: "Eh... este niño es muy desobediente, y solo queríamos... eh... enseñarle una lección."
Pero desde el fondo de la fosa, se oyó la vocecita clara de Pequeñín: "No, señor sacerdote. Es verdad que yo deseé estar en un lugar tranquilo donde nadie me molestara. Mis amos solo me están ayudando a encontrar esa paz."
El sacerdote, que era un hombre bueno y muy listo, entendió al instante lo que pasaba. Con ayuda de su farolito, miró dentro de la fosa, sacó a Pequeñín de allí, lo cubrió con su propio abrigo porque el niño temblaba de frío y miedo.
Luego, miró muy seriamente a Don Rico y Doña Rica. "Esto es terrible", les dijo. "Este niño solo necesitaba amor y cuidado, no crueldad." Los dos amos se quedaron callados, con la cabeza gacha.
Desde esa misma noche, Pequeñín se quedó a vivir en la casa del sacerdote, donde nunca más le faltó comida caliente, una cama suave y, lo más importante, mucho cariño. Jugaba, aprendía y reía todos los días.
Y Don Rico y Doña Rica sintieron tanta vergüenza que, dicen por ahí, aprendieron a ser un poquito más amables, aunque sea solo un poquito. Y Pequeñín demostró que hasta en el momento más oscuro, siempre puede aparecer una luz de esperanza.
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