• La pastora de ocas junto al pozo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Imagina un bosque tan espeso y misterioso que hasta los pájaros se pensaban dos veces antes de entrar. En medio de ese bosque, en una cabaña pequeñita y acogedora, vivía una viejecita que pasaba sus días hilando y cuidando de su pequeño jardín.

    Un día, un joven conde, muy apuesto y con ropas elegantes, se perdió cazando en ese mismo bosque. Después de mucho caminar, vio la cabaña de la viejecita. "¡Hola, buena mujer!", llamó. "¿Podría indicarme el camino para salir del bosque?"

    La viejecita lo miró con sus ojos brillantes. "Claro que sí, joven. Pero antes, ¿podrías ayudarme con esta cesta? Pesa mucho para mis viejos huesos y necesito llevarla a casa".

    El conde, un poco impaciente por encontrar su camino, refunfuñó un poco, pero la ayudó. ¡Pero qué sorpresa! En cuanto tomó la cesta, sintió como si se hubiera pegado a sus manos y a su espalda. ¡No podía soltarla por más que intentara!

    "¡Pero qué es esto!", exclamó el conde.
    La viejecita sonrió. "Tendrás que acompañarme hasta mi casa si quieres librarte de ella".

    Así, el conde, cargando la pesada cesta, siguió a la viejecita hasta su cabaña. Al llegar, vio junto a un pozo a una muchacha joven y hermosa que cuidaba unos gansos blancos como la nieve. La muchacha era tan linda que el conde se olvidó por un momento de la cesta y de su cansancio.

    La viejecita invitó al conde a descansar y le ofreció algo de comer. Por la noche, el conde no podía dormir. Se levantó con cuidado y espió por una rendija hacia la habitación de la viejecita. ¡Y lo que vio lo dejó con la boca abierta! La viejecita se quitó la piel arrugada como si fuera un vestido, ¡y debajo apareció un hada bellísima y resplandeciente!

    El hada se dio cuenta de que el conde la observaba y se acercó a él. "Joven conde", le dijo con voz suave, "la muchacha que cuida los gansos es en realidad una princesa. Un hechizo la convirtió en pastora. Si eres valiente y cumples tres pruebas, podrás liberarla y ella será tuya".

    El conde, enamorado de la belleza y la dulzura de la pastora de gansos, aceptó sin dudar.
    "Muy bien", dijo el hada. "Durante tres noches, deberás quedarte en una habitación. Escucharás ruidos terribles y verás cosas espantosas, pero no debes moverte ni decir una sola palabra. Si lo haces, la princesa nunca será libre".

    La primera noche, en cuanto el conde se acostó, empezaron los ruidos. Cadenas que se arrastraban, susurros que helaban la sangre, y objetos que caían con gran estruendo. Pero el conde apretó los puños y no se movió ni dijo nada.

    La segunda noche fue peor. Bestias salvajes con ojos brillantes entraron en la habitación, lo rodearon, gruñeron y le enseñaron sus afilados dientes como si fueran a devorarlo. El conde sintió mucho miedo, pero recordó su promesa y permaneció quieto como una estatua.

    La tercera noche, cuando ya casi amanecía, la puerta se abrió y entró la viejecita (que era el hada disfrazada) con un hacha enorme en la mano. La levantó como si fuera a golpear al conde. El corazón del conde latía con todas sus fuerzas, pero cerró los ojos y no emitió ni un suspiro.

    En ese instante, se escuchó un gran trueno, y todo quedó en silencio. Cuando el conde abrió los ojos, el hada estaba frente a él, sonriendo. "¡Lo has logrado, valiente conde! Has roto el hechizo".

    La puerta se abrió y entró la pastora de gansos, pero ya no era una simple pastora. ¡Se había transformado en una princesa aún más hermosa, con un vestido brillante como el sol!

    El hada les dijo: "La cesta que tanto te pesó, conde, está llena de oro y joyas para ustedes. Sean felices".
    El conde y la princesa se miraron con amor. Se casaron poco después y vivieron muy felices, recordando siempre la aventura en la cabaña del bosque y cómo la valentía y la perseverancia pueden romper cualquier hechizo. Y, por supuesto, ¡nunca más volvieron a ser impacientes con las viejecitas que piden ayuda!

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