• El zapatero y los duendes

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En una casita no muy grande, vivía un zapatero muy bueno llamado Martín, con su esposa, Ana. Martín era un hombre honesto y trabajador, pero últimamente, las cosas no iban muy bien. Solo le quedaba cuero para hacer un último par de zapatos.

    Esa noche, cortó el cuero con cuidado, lo dejó sobre su mesa de trabajo y se fue a dormir, un poco triste. Pensaba: "Ojalá mañana pueda vender estos zapatos".

    A la mañana siguiente, cuando Martín entró en su taller, ¡qué sorpresa! Sobre la mesa, no estaba el cuero cortado, sino un par de zapatos preciosos, ¡perfectamente cosidos y terminados! No tenían ni un solo fallo. Martín y Ana no podían creerlo. ¿Quién los habría hecho?

    Poco después, un cliente rico pasó por la tienda, vio los zapatos y le gustaron tanto que pagó mucho más de lo normal por ellos. Con ese dinero, Martín pudo comprar cuero para hacer dos pares más de zapatos.

    Esa noche, Martín cortó el cuero para los dos pares, lo dejó sobre la mesa y se fue a dormir, preguntándose qué pasaría. ¡Y a la mañana siguiente, allí estaban! Dos pares de zapatos maravillosos, listos para vender.

    Esto siguió pasando noche tras noche. Martín solo tenía que cortar el cuero y dejarlo preparado. A la mañana siguiente, los zapatos más bonitos que puedas imaginar aparecían hechos. Pronto, Martín y Ana ya no eran pobres. Tenían una tienda bonita y muchos clientes felices.

    Una noche, cerca de Navidad, Ana le dijo a Martín: "Hemos tenido mucha suerte. Tenemos que descubrir quién nos ayuda tanto. ¡Quiero darles las gracias!".

    A Martín le pareció una buena idea. Así que esa noche, en lugar de irse a dormir, se escondieron detrás de una cortina en el taller, dejando una vela encendida para poder ver.

    Esperaron y esperaron. Cuando el reloj dio la medianoche, ¡aparecieron dos duendes pequeñitos, pequeñitos! No llevaban casi nada de ropa, solo unos trapos viejos, ¡pobrecitos, con el frío que hacía!

    Los duendes saltaron sobre la mesa de trabajo y, con sus deditos ágiles, empezaron a coser, martillar y pegar el cuero. ¡Eran rapidísimos y muy buenos en su trabajo! Martín y Ana los miraban con la boca abierta. Antes del amanecer, los zapatos estaban listos y los duendes desaparecieron tan rápido como habían llegado.

    Martín y Ana estaban muy conmovidos y agradecidos. Ana dijo: "Esos duendecillos deben tener mucho frío sin ropa adecuada. Les haré ropita caliente como agradecimiento". Y Martín añadió: "¡Y yo les haré unos zapatitos diminutos a juego!".

    Así que Ana cosió con mucho cariño dos camisitas, dos pantaloncitos y dos gorritos de colores alegres. Martín hizo dos pares de zapatitos diminutos, los más perfectos que jamás había hecho.

    La noche siguiente, en lugar de dejar el cuero cortado, pusieron los regalitos sobre la mesa de trabajo y se volvieron a esconder.

    Cuando los duendes llegaron a medianoche, se sorprendieron al no ver el cuero. Pero entonces, ¡vieron la ropita y los zapatitos! ¡Qué alegría! Se vistieron enseguida. La ropa les quedaba perfecta y los zapatitos eran de su talla.

    Los duendes empezaron a bailar y cantar de felicidad sobre la mesa: "¡Qué guapos estamos ahora, ya no trabajaremos más como zapateros!". Dieron saltos y volteretas, riendo a carcajadas. Luego, bailando y cantando, salieron por la puerta y nunca más volvieron.

    A Martín y Ana no les importó que los duendes no volvieran. Estaban muy agradecidos por toda la ayuda que les habían dado. Siguieron trabajando mucho en su taller, y como eran buenos y honestos, siempre tuvieron éxito y vivieron felices y cómodos el resto de sus días.

    1923 Vistas