Hans el Fuerte
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un rincón del mundo donde los árboles eran muy altos y el sol jugaba al escondite entre sus hojas, vivía una mamá con su pequeño hijo, Hans. Un día, mientras Hans jugaba cerca de casa con sus juguetes, unos hombres con caras no muy amigables aparecieron de repente. ¡Eran bandidos! Y sin decir ni pío, se llevaron a su mamá dentro del bosque oscuro.
Hans era pequeño, ¡pero tenía un corazón valiente y unos músculos que empezaban a sorprender a todos! Aunque solo tenía dos añitos, decidió que iría a rescatar a su mamá.
Pasó un poquito de tiempo, y Hans creció. ¡Y vaya si creció! Se hizo tan fuerte que podía levantar troncos de árbol como si fueran ramitas. Un día dijo: "Ya soy lo suficientemente fuerte. Necesito encontrar a mamá". Así que fue a ver al herrero del pueblo.
"Señor herrero," dijo Hans, "necesito un bastón de hierro, ¡el más fuerte que pueda hacer!"
El herrero trabajó mucho y le hizo un bastón enorme. Hans lo tomó, ¡pum! Lo golpeó contra una roca y se partió en dos.
"Mmm, un poco más fuerte, por favor," dijo Hans con una sonrisita.
El herrero, muy sorprendido, hizo otro aún más grande y pesado. Hans lo probó... ¡zas! También se rompió.
"¡Casi! Uno más, ¡el más super-fuerte de todos!", pidió Hans.
Finalmente, el herrero, sudando la gota gorda, forjó un bastón tan grueso como un poste y tan pesado que diez hombres juntos no podrían moverlo. Hans lo agarró con una mano, lo giró en el aire como si fuera una pluma y dijo: "¡Perfecto!"
Con su bastón al hombro y un pedazo de pan en el bolsillo, Hans se adentró en el bosque oscuro en busca de su mamá. Caminó y caminó, hasta que se encontró con dos tipos grandulones que parecían gigantes, bloqueando el camino.
"¿A dónde vas, muchachito?" gruñó uno.
Hans sonrió. "A buscar a mi mamá. ¿Podrían apartarse, por favor?"
Los grandulones se rieron a carcajadas. "¡Intenta pasar si te atreves!"
Hans no dijo más. Levantó su bastón y ¡ZAS! ¡ZUM! Los grandulones salieron volando por los aires como si fueran muñecos de trapo y aterrizaron en un montón de hojas, muy, muy mareados.
Hans siguió su camino y no mucho después, vio una luz entre los árboles. Se acercó con cuidado y encontró una cueva. Dentro, escuchó la voz de su mamá. ¡Y también las voces de muchos bandidos que reían y comían!
Hans respiró hondo, agarró fuerte su bastón y entró en la cueva gritando: "¡He venido a por mi mamá!"
Los bandidos, al ver a este muchacho con un bastón gigante, primero se quedaron boquiabiertos y luego empezaron a reír. Pero su risa se cortó cuando Hans empezó a mover su bastón. ¡PIM, PAM, PUM! Los bandidos corrían de un lado para otro, tropezando y cayendo como bolos.
En un abrir y cerrar de ojos, todos los bandidos estaban en el suelo, quejándose, o habían huido despavoridos.
Hans corrió hacia su mamá y le dio un abrazo tan fuerte como él. "¡Mamá, te encontré!"
Mamá estaba tan feliz que no paraba de llorar de alegría. Juntos, tomaron algunos de los tesoros que los bandidos habían robado (solo un poquito, para no cargar mucho) y regresaron a su casita al borde del bosque.
Y desde ese día, Hans el Fuerte y su mamá vivieron tranquilos y felices, y ningún bandido se atrevió a acercarse a su hogar nunca más. Y si Hans necesitaba mover algo pesado en casa, como un armario o levantar el tejado para limpiarlo, ¡no era ningún problema para él!
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