• El campesino en el cielo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Imaginen un campesino con un corazón tan grande como su granja, aunque su bolsillo estuviera casi vacío. Este campesino era tan bueno y trabajador que, cuando llegó el día de despedirse de este mundo, ¡zas!, se encontró derechito en las puertas del Cielo.

    Allí, con una barba blanca y una sonrisa amable, lo esperaba San Pedro. "¡Bienvenido seas, buen hombre!", le dijo San Pedro. "Has vivido una vida honesta, así que pasa y disfruta".

    El campesino entró y ¡qué maravilla! Ángeles cantando, música por todas partes, y todos parecían flotar de felicidad. Al principio, el campesino estaba encantado. Pero después de unos días de solo cantar y flotar, empezó a extrañar algo: ¡su trabajo! "San Pedro," dijo un día, "esto es muy bonito, pero... ¿no habrá algo que hacer por aquí? Me aburro un poco".

    San Pedro sonrió. "Bueno, si insistes. Puedes quedarte aquí cerca de la puerta y observar quién entra y quién no. Pero no hagas ruido, ¿eh?".

    El campesino se sentó en un banquito y se puso a mirar. Vio cómo un hombre muy rico, que en la Tierra había sido egoísta, intentaba entrar, pero la puerta no se abría para él. Luego vio a una viejita muy pobre, que siempre había compartido lo poco que tenía, y para ella la puerta se abrió de par en par con una música celestial.

    De repente, escuchó un gran alboroto. Vio a unos ángeles tratando de calmar a un alma que había sido muy traviesa y gritona en la Tierra, y ahora seguía causando problemas. Al campesino, que estaba acostumbrado a la paz del campo, tanto ruido le molestó muchísimo. "¡Pero bueno! ¿No pueden estar en silencio?", pensó. Y sin pensarlo dos veces, agarró su banquito y ¡pum!, lo lanzó hacia el grupo ruidoso para que se callaran.

    San Pedro apareció al instante, con cara de pocos amigos. "¡Oye, oye! ¿Qué son estos modales?", le dijo. "En el Cielo no se tiran las cosas ni se pierde la paciencia así. Aquí venimos a estar en paz, no a causar más jaleo. Me temo que este no es tu lugar".

    Y antes de que el campesino pudiera decir "esta boca es mía", sintió un empujoncito y ¡plaf!, se encontró de nuevo fuera de las puertas celestiales. Parece que ni en el Cielo se podía librar de sus costumbres terrenales.

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