El Pájaro Grifo
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un reino donde los charcos de lluvia a veces sabían a limonada, vivía un rey con una cara muy larga. Su hija, la princesa Lila, no se sentía nada bien, y ni los médicos más listos ni las sopas más raras conseguían animarla.
Un día, una viejecita sabia que pasaba por allí, de esas que siempre tienen respuestas para todo, le dijo al rey: "Majestad, para que la princesa Lila se recupere, necesita una pluma del Grifo, ese pájaro grandote y un poco especial que vive en las montañas lejanas".
Muchos caballeros con armaduras brillantes y espadas relucientes fueron a buscar al Grifo, pero volvían sin pluma y con alguna que otra historia de sustos. Entonces, un joven llamado Mateo, que era más conocido por su astucia que por sus músculos, se acercó al rey y dijo: "Yo iré a por esa pluma, Majestad".
Mateo preparó su mochila con un bocadillo de queso y muchas ganas. Caminó y caminó, subió montañas y cruzó ríos, hasta que llegó a una cueva donde vivía un ermitaño con una barba tan larga que casi podía barrer el suelo con ella. El ermitaño le dio un consejo: "El Grifo es fuerte, pero también justo. Pídele la pluma con educación. Y si te pone pruebas, usa tu cabeza, no solo tus pies".
Con este consejo, Mateo siguió su camino hasta que vio un castillo enorme, tan alto que parecía rascar las nubes. ¡Era el castillo del Grifo! Mateo respiró hondo y tocó la gran puerta de madera. ¡Toc, toc, toc!
La puerta se abrió con un chirrido y apareció el Grifo. Era un animal impresionante, con cuerpo de león, cabeza y alas de águila, y unos ojos que brillaban como dos estrellas.
"¿Qué mosca te ha picado para venir a molestarme?", preguntó el Grifo con una voz que sonaba como un trueno suave.
Mateo, sin perder la calma, hizo una reverencia y dijo: "Gran Grifo, vengo desde muy lejos. La princesa de mi reino está enferma y solo una de sus maravillosas plumas puede curarla. ¿Sería tan amable de darme una?".
El Grifo lo miró de arriba abajo. "Mmm, una pluma, ¿eh? Está bien, te daré una, pero antes tendrás que hacer tres cosas que yo te diga. Si lo consigues, la pluma es tuya. Si no... bueno, digamos que me gusta probar bocadillos nuevos".
La esposa del Grifo, que estaba cerca tejiendo una bufanda de nubes, le guiñó un ojo a Mateo cuando su marido no miraba.
"Primera tarea", dijo el Grifo. "Quiero que vigiles mi tesoro mientras duermo mi siesta. ¡Pero ni se te ocurra tocar una sola moneda!"
Mateo se sentó en la sala del tesoro, llena de montañas de oro y joyas brillantes. Canturreó bajito para no aburrirse y no tocó absolutamente nada, aunque una corona de rubíes le hizo ojitos.
"¡Bien hecho!", dijo el Grifo al despertar. "Segunda tarea: tienes que ir al Pozo de los Susurros y traerme un cubo lleno de su agua mágica. Pero cuidado, el pozo solo da agua a quien le cuenta un secreto divertido".
La esposa del Grifo le susurró a Mateo al pasar: "Cuéntale que una vez te comiste todas las galletas de la abuela y le echaste la culpa al perro".
Mateo fue al pozo, le contó el secreto entre risas, y el pozo, divertido, le dio el agua mágica.
"¡Impresionante!", exclamó el Grifo. "Última tarea: tienes que adivinar qué soñé anoche".
Esto parecía muy difícil. Pero la esposa del Grifo, muy disimuladamente, dibujó en el aire con su garra la forma de un Grifo montando en un caracol gigante.
"¡Ya sé!", dijo Mateo. "Soñó que participaba en una carrera de caracoles gigantes y ¡ganaba por una nariz!".
El Grifo se quedó con el pico abierto. "¡Pero bueno! ¡Has acertado todo! Eres un joven muy listo". Con cuidado, el Grifo se arrancó una de sus plumas más suaves y brillantes y se la dio a Mateo. "Aquí tienes. Y dile a tu princesa que se mejore pronto".
Mateo agradeció al Grifo y a su amable esposa, y corrió de vuelta al palacio más rápido que el viento. Le dio la pluma a la princesa Lila, y en cuanto la tocó, ¡se sintió mucho mejor! Saltó de la cama y empezó a bailar de alegría.
El rey estaba tan contento que organizó una fiesta que duró tres días, con pasteles de chocolate y música alegre. Mateo se convirtió en un héroe y en el mejor amigo de la princesa. Y todos en el reino aprendieron que, a veces, la astucia y un buen corazón son más valiosos que la fuerza bruta.
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