• El ataúd de cristal

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Un día, un joven sastre, que era muy bueno cosiendo pero no tanto encontrando el camino, se perdió en un bosque oscuro y profundo. Caminó y caminó, y cuando el sol se escondió, ¡zas!, vio una lucecita a lo lejos.

    "¡Qué suerte!", pensó el sastre, y siguió la luz hasta llegar a una cabaña chiquitita. Un viejito con barba blanca y ojos amables le abrió la puerta. Le dio un plato de sopa calentita y una cama mullida para pasar la noche.

    A la mañana siguiente, ¡qué alboroto! Un ciervo majestuoso con grandes cuernos y un toro negro como la noche peleaban con fuerza justo afuera de la cabaña. El ciervo, más ágil, ganó la pelea. Luego, con mucha suavidad, se agachó para que el sastre subiera a su lomo.

    Corrieron entre los árboles hasta llegar a una pared de roca altísima, que parecía no tener fin. El ciervo golpeó la roca tres veces con sus cuernos y, ¡abracadabra!, una puerta secreta se abrió en la piedra.

    Dentro, había una sala enorme, iluminada por cristales que brillaban como estrellas. El ciervo le dijo con voz suave: "Amigo sastre, espérame aquí un momento, por favor". Y desapareció por un pasillo.

    El sastre, que era muy curioso, empezó a mirar a su alrededor. Y entonces, en el centro de la sala, vio algo increíble: un ataúd hecho completamente de cristal. Y dentro, ¡oh, sorpresa!, dormía una joven tan hermosa como una flor, con un vestido de seda brillante.

    A su lado, sobre un cojín de terciopelo, había un papelito enrollado. El sastre lo tomó y leyó: "Un mago muy gruñón me encerró aquí porque no quise ser su amiga. Convirtió a mi querido hermano en ciervo y nuestro castillo en esta cueva. Solo quien encuentre este ataúd y lo abra con valentía podrá romper el hechizo".

    El sastre, sin pensarlo dos veces, pero con mucho cuidado, levantó la tapa de cristal.

    La joven abrió lentamente sus ojos azules como el cielo y sonrió al sastre. En ese instante, ¡puf!, el ciervo entró corriendo y se transformó en un príncipe alto y sonriente. ¡Era el hermano de la joven!

    Y la cueva, ¡maravilla de maravillas!, se convirtió en un castillo deslumbrante, con torres altas, jardines llenos de flores y sirvientes que corrían alegres por todas partes. ¡Todo había vuelto a la normalidad!

    La joven, que se llamaba Princesa Clara, le dio un abrazo al sastre. "¡Gracias, valiente amigo!", le dijo. El sastre y la Princesa Clara se hicieron grandes amigos, y con el tiempo, ese cariño se convirtió en amor. Se casaron en una fiesta llena de música y alegría, y vivieron felices para siempre en el hermoso castillo. Y el príncipe, su hermano, también encontró la felicidad y reinó con sabiduría, cuidando de su hermana y su nuevo cuñado, el sastre que una vez se perdió en el bosque.

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