Heinz el Perezoso
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un valle muy tranquilo, donde el sol calentaba con pereza, vivía un muchacho llamado Heinz. A Heinz no le gustaba mucho el trabajo, ¡prefería mil veces una buena siesta! Un día, Heinz se casó con Trina la Corpulenta. A Trina tampoco le entusiasmaba moverse demasiado; de hecho, pensaba que descansar era lo más maravilloso del mundo.
Heinz y Trina tenían una vaca. Cada mañana, había que llevar la vaca al prado para que comiera pasto fresco.
"¡Uf, qué pereza!", decía Heinz. "Tener que caminar tanto solo por la vaca".
"Y luego traerla de vuelta", suspiraba Trina. "Es un ir y venir agotador".
Así que un día, decidieron cambiar la vaca. Fueron al mercado y la cambiaron por un cerdito.
"¡Mira qué bien!", dijo Heinz. "Un cerdo no necesita ir al prado. Come cualquier cosa que le demos en casa".
Pero el cerdito hacía "oink, oink" todo el día, necesitaba que le limpiaran su chiquero y, además, ¡comía muchísimo!
"Este cerdo es muy ruidoso y ensucia mucho", se quejó Trina. "Y darle de comer tantas veces... ¡qué cansancio!".
Entonces, cambiaron el cerdito por un ganso.
"Un ganso es más pequeño y más limpio", pensó Heinz.
Pero el ganso hacía "cuac, cuac" y necesitaba que lo llevaran a un estanque de vez en cuando. Además, sus plumas volaban por todas partes.
"Este ganso también da trabajo", dijo Trina. "Y sus plumas se meten por la nariz".
Decidieron cambiar el ganso por una piedra de afilar. Era una piedra grande y redonda que servía para afilar cuchillos.
"¡Perfecto!", exclamó Heinz. "Una piedra no come, no hace ruido y no hay que llevarla a ningún sitio. Solo está ahí".
Cargaron la pesada piedra de afilar entre los dos. ¡Pesaba un montón! Mientras caminaban, Heinz vio otra piedra más pequeña en el camino.
"Mira, Trina", dijo Heinz, "si ponemos esta piedra más pequeña encima de la grande, parecerá que llevamos algo aún más valioso, y además, nos sirve para descansar las manos un poquito".
A Trina le pareció una buena idea, porque ya estaba muy cansada de cargar.
Siguieron caminando, sudando bajo el sol, con la piedra de afilar y la otra piedra encima. Llegaron a un pozo profundo y decidieron descansar. Se sentaron en el borde, dejando las piedras a su lado.
De repente, sin querer, Heinz empujó un poquito la piedra de afilar. La piedra rodó, y con la otra piedra encima, ¡PLOF!, cayeron las dos dentro del pozo. Se oyó un gran ¡SPLASH!
Heinz y Trina se miraron. ¿Se pusieron tristes? ¡Qué va!
"¡Qué suerte hemos tenido!", gritó Heinz, aliviado. "Esas piedras eran tan pesadas. ¡Ahora ya no tenemos que cargarlas más!".
"¡Sí!", dijo Trina, sonriendo. "¡Qué maravilla! Ahora podemos volver a casa ligeritos y sin ninguna preocupación".
Y así, Heinz el Perezoso y Trina la Corpulenta volvieron a su casa, sin vaca, sin cerdo, sin ganso y sin piedras, pero muy, muy contentos de no tener absolutamente nada que hacer. Y se echaron una larga siesta.
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