La muchacha de Brakel
Cuentos de los Hermanos Grimm
En el pueblo de Brakel vivía una muchacha muy decidida. Un día, esta muchacha pensó: "Necesito un marido, ¡y lo necesito ya!". Así que se fue derechito a la capilla de Santa Ana que estaba en un lugar llamado Driburgo.
Al llegar, se arrodilló delante de la imagen de Santa Ana y, con mucha seriedad, le dijo: "¡Escúchame bien, Santa Ana! Quiero que me consigas un marido, ¡y que sea uno bueno y pronto! Para que veas que voy en serio, te ofrezco esta moneda". Y dejó una pequeña moneda de cobre en el altar.
Lo que la muchacha no sabía era que, escondido detrás del altar, estaba el sacristán de la capilla. El sacristán, al oír la petición tan directa de la muchacha, no pudo evitar sonreír. Para gastarle una broma, puso una voz muy grave y profunda, como si fuera la mismísima Santa Ana, y contestó: "Mmm, no, hija mía, no te tocará ninguno".
La muchacha de Brakel se levantó de un salto, ¡estaba muy enfadada! "¿Cómo que no?" exclamó. "Si no me vas a dar un marido, entonces devuélveme mi moneda. ¡No voy a dejarte mi dinero si no me ayudas, vieja tacaña!". Y miró fijamente a la estatua.
El sacristán, aguantando la risa como podía, volvió a poner su voz grave y dijo: "Está bien, está bien, no te enfades. Quédate con tu moneda. Pero ya que eres tan insistente, te diré que sí tendrás un marido, ¡pero será un pícaro!".
La muchacha recogió su moneda, un poco molesta pero también con una chispa de esperanza. "Bueno, un pícaro es mejor que nada", pensó, y se marchó a su casa en Brakel.
Y ¿qué creen que pasó? Pues no mucho tiempo después, llegó al pueblo un hombre un poco travieso y aventurero, ¡un verdadero pícaro! Y tal como había dicho la "voz" de Santa Ana, este hombre se fijó en la muchacha de Brakel y se casaron.
Y así, la muchacha de Brakel consiguió un marido, aunque quizás no era exactamente el príncipe azul que algunas esperan. Pero ella parecía contenta con su pícaro, ¡y a veces hay que tener cuidado con lo que se pide con tanta fuerza!
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