• La novia blanca y la novia negra

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un lugar no muy lejano, vivía una mujer con sus dos hijas. Una era su verdadera hija, un poco gruñona y no muy bonita. La otra era su hijastra, llamada Reginhild, que era buena y amable como un rayito de sol. Pero la madrastra quería más a su propia hija, ¡mucho más!, y a Reginhild le daba las tareas más difíciles.

    Un día de invierno, cuando todo estaba cubierto de nieve, la madrastra le dijo a Reginhild: "Ve al bosque y tráeme una cesta llena de fresas. Si no lo haces, ¡no comerás!". Reginhild pensó que era imposible, pero fue al bosque llorando. De pronto, apareció un hombrecillo bueno que le preguntó por qué estaba triste. Ella le contó todo. El hombrecillo sonrió y le dijo: "Busca debajo de esa hoja grande". ¡Y allí estaban las fresas más rojas y dulces!

    Reginhild llenó su cesta y se la llevó a la madrastra. El hombrecillo, que en realidad era un ser mágico enviado por el buen Dios, le había dicho: "Por tu bondad, te concedo tres deseos: cada día serás más hermosa; cada vez que hables, caerán monedas de oro de tu boca; y te casarás con un rey".

    Cuando la madrastra vio las fresas y escuchó las monedas de oro caer mientras Reginhild hablaba, sintió mucha envidia. Quería lo mismo para su hija. Así que al día siguiente, mandó a su propia hija al bosque a buscar fresas. Pero la hija fue de mala gana, se quejó y fue grosera con el hombrecillo mágico. Así que él le dijo: "Por tu maldad: cada día serás más fea; cada vez que hables, saltarán sapos y culebras de tu boca; y tendrás un final muy triste". Y así fue.

    Poco tiempo después, un joven rey que buscaba esposa oyó hablar de una muchacha muy hermosa de cuya boca caían monedas de oro. Era Reginhild. El rey envió un mensajero para invitarla a su palacio.

    La madrastra, llena de envidia, decidió que su propia hija se casaría con el rey. Así que preparó a las dos para el viaje. Pero en el camino, la madrastra, que sabía un poco de magia, hizo que Reginhild se sintiera muy débil y enferma. Luego, la obligó a cambiarse de ropa con su hermanastra. La hermanastra se puso el vestido bonito de Reginhild y montó en su caballo blanco, mientras que a Reginhild le dieron ropa vieja y un caballo flaco. Además, la madrastra la amenazó: "Júrame por el cielo que no dirás una palabra de esto al rey ni a nadie. Si lo haces, ¡algo terrible te pasará!". Reginhild, asustada y débil, lo juró.

    Cuando llegaron al palacio, la madrastra presentó a su hija fea como la prometida. El rey se sorprendió un poco, porque no era tan hermosa como le habían dicho, y cuando habló, ¡saltaron sapos de su boca! Pero la madrastra inventó excusas. A Reginhild, sucia y con ropas viejas, la tomaron por una sirvienta y la mandaron a la cocina.

    Cada día, el rey veía a la joven sirvienta en la cocina. Aunque estaba triste y callada, notaba su dulzura. Un día, el rey estaba muy intrigado y decidió hablar con ella. Le preguntó algo sencillo, y cuando Reginhild respondió con su voz suave, ¡monedas de oro cayeron de sus labios! Y en ese mismo instante, como si un velo se cayera, su verdadera belleza brilló con más fuerza que nunca.

    El rey se quedó asombrado. "¿Quién eres tú en realidad?", preguntó. Reginhild, recordando su juramento, no podía hablar, pero lloraba lágrimas que parecían perlas. El rey, que era sabio, comprendió que algo malo había pasado.

    Entonces, el rey ideó un plan. Preparó un gran banquete y sentó a la hermanastra fea a su lado. Durante la cena, le preguntó: "¿Qué merecería una persona que engaña a un rey y maltrata a alguien inocente?".
    La hermanastra, sin pensar, respondió con voz chillona (y mientras saltaban más sapos): "¡Deberían meterla en un barril lleno de clavos y que dos caballos la arrastraran por todo el pueblo hasta que no quede nada de ella!".

    "¡Tú misma has dictado tu sentencia!", exclamó el rey. En ese momento, Reginhild, sintiendo que el juramento ya no la ataba porque la verdad había salido a la luz por boca de la propia culpable, contó toda la historia.

    La madrastra y su hija recibieron el castigo que la hermanastra había descrito. Reginhild se casó con el rey, y su bondad y belleza iluminaron todo el reino. Y cada vez que hablaba, no solo caían monedas de oro, sino también palabras llenas de alegría y sabiduría para todos.

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