• Los seis sirvientes

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino donde el sol casi siempre sonreía, vivía un príncipe joven y aventurero. Un día, escuchó hablar de una princesa increíblemente bella, pero también muy astuta, que vivía en un castillo lejano. "¡Esa es la princesa para mí!", exclamó el príncipe, y sin pensarlo dos veces, se puso en camino.

    No había viajado mucho cuando se encontró con un hombre tan grande y redondo como una barrica. El hombre estaba bebiendo agua de un arroyo, ¡y el arroyo casi se secaba!
    "¡Vaya!", dijo el príncipe. "¿Cómo te llamas y qué haces?"
    "Me llaman Tragaldabas", contestó el hombre. "Y cuando tengo sed, ¡puedo beberme un lago entero!"
    "¡Genial!", dijo el príncipe. "¿Quieres venir conmigo? Quizás necesite tu ayuda."
    Tragaldabas aceptó, y siguieron juntos.

    Poco después, vieron a un hombre con la oreja pegada al suelo.
    "¿Qué escuchas con tanta atención?", preguntó el príncipe.
    "Soy Oído Fino", respondió el hombre. "Escucho crecer la hierba a kilómetros de distancia y a las hormigas bostezar."
    "¡Increíble! ¡Ven con nosotros!", invitó el príncipe.

    Más adelante, se toparon con un hombre altísimo, tan alto que su cabeza se perdía entre las nubes.
    "¡Caramba, qué alto eres!", dijo el príncipe.
    "Me llaman Larguirucho", dijo el hombre. "Y si me estiro un poco, puedo ver una mariquita en la montaña más lejana."
    "¡Perfecto! ¡Únete al grupo!", dijo el príncipe.

    Luego, encontraron a un hombre con los ojos vendados.
    "¿Por qué llevas esa venda?", preguntó el príncipe.
    "Soy Mirada de Rayo", explicó. "Si me quito la venda, todo lo que miro se hace añicos. Por eso la llevo, para no romper nada sin querer."
    "¡Qué poder! ¡Te necesitamos!", exclamó el príncipe.

    No mucho después, en un día caluroso, vieron a un hombre tiritando de frío.
    "¿Tienes frío con este sol?", se extrañó el príncipe.
    "Soy Don Frío", dijo el hombre. "Cuanto más calor hace, más frío siento yo, y todo a mi alrededor se congela."
    "¡Interesante! ¡Ven también!", dijo el príncipe.

    Finalmente, vieron a un hombre que tenía una pierna desatada y la otra atada a su cuello. Aun así, ¡corría como el viento!
    "¿Por qué corres así?", preguntó el príncipe.
    "Soy Pies Ligeros", contestó. "Si me desatara la otra pierna, sería tan rápido que nadie podría verme pasar. Así voy más despacio."
    "¡Maravilloso! ¡Eres el último que nos faltaba!", dijo el príncipe.

    Así, el príncipe y sus seis extraordinarios sirvientes llegaron al castillo de la princesa. La princesa era tan hermosa como decían, pero su sonrisa era un poco desafiante.
    "Si quieres casarte conmigo", dijo ella, "deberás superar tres pruebas. Si fallas, te irás con las manos vacías."
    "Acepto el desafío", dijo el príncipe con confianza.

    "Primera prueba", anunció la princesa. "Debes beberte todo el vino de mi bodega antes de que caiga la noche."
    El príncipe miró a Tragaldabas. "¡Esto es para ti!", le susurró.
    Tragaldabas entró en la bodega y, ¡glup, glup, glup!, se bebió hasta la última gota de vino de todos los barriles. La princesa no podía creerlo.

    "Segunda prueba", dijo la princesa, un poco molesta. "He perdido mi anillo de oro favorito en el mar Negro. Tráemelo antes del amanecer."
    El príncipe llamó a Oído Fino. "¿Puedes oír dónde está?"
    Oído Fino pegó la oreja al suelo. "Lo oigo... está en el fondo, cerca de una roca puntiaguda."
    Larguirucho se estiró y se estiró. "¡Lo veo! ¡Allí brilla!"
    Entonces, Pies Ligeros se desató la otra pierna y, ¡zas!, desapareció. Volvió en un instante con el anillo en la mano. La princesa estaba cada vez más sorprendida.

    "Tercera y última prueba", dijo la princesa, ya bastante enfadada. "Deberás sentarte conmigo en una habitación donde arderá una gran hoguera. El que no soporte el calor y salga primero, pierde."
    El príncipe sonrió y llamó a Don Frío.
    Entraron en la habitación, y los sirvientes de la princesa encendieron un fuego enorme. El calor era sofocante. Pero Don Frío se sentó tranquilamente, y a su alrededor, el aire se volvió helado. ¡Tan helado que el fuego empezó a apagarse y la princesa comenzó a tiritar!
    "¡Basta, basta! ¡Me rindo!", gritó la princesa, envuelta en una manta. "Has ganado."

    Así, el príncipe se casó con la princesa, quien aprendió que no siempre se puede ganar con astucia. El príncipe recompensó generosamente a sus seis fieles sirvientes con oro y joyas. Ellos se despidieron y cada uno siguió su camino, buscando nuevas aventuras donde usar sus increíbles talentos. Y el príncipe y la princesa, bueno, ¡vivieron una vida muy interesante juntos!

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