La hermosa Katrinelje y Pif Paf Poltrie
Cuentos de los Hermanos Grimm
Escuchen bien, porque esta es la historia de Elisa la Lista, ¡o al menos eso pensaban algunos!
En una casita bonita vivía una chica llamada Elisa con sus papás. Un día, sus papás dijeron: "Elisa, ya es hora de que te cases".
Poco después, un joven llamado Juan vino a visitarlos. Juan dijo: "Me casaré con Elisa, pero solo si es muy lista".
"¡Oh, sí que lo es!", exclamó el papá. "¡Tiene la cabeza llena de ideas!", añadió la mamá.
Durante la cena, la mamá dijo: "Elisa, baja al sótano a por un poco de cerveza fresca para nuestro invitado".
Elisa tomó una jarra y bajó las escaleras del sótano. Mientras llenaba la jarra del barril, miró hacia arriba y vio un hacha que alguien había dejado clavada en una viga, justo encima de su cabeza.
"¡Ay, no!", pensó Elisa. "Si me caso con Juan, y tenemos un hijito, y cuando sea mayor lo mando al sótano a por cerveza, ¡el hacha podría caerse y lastimarlo! ¡Qué terrible!" Y se sentó en un escalón y empezó a llorar y llorar pensando en esa desgracia futura.
Arriba, todos esperaban la cerveza. La mamá envió a la criada a buscar a Elisa. La criada bajó y encontró a Elisa llorando.
"¿Qué te pasa, Elisa?", preguntó.
"¡Ay!", sollozó Elisa. "Si me caso con Juan, y tenemos un hijo, y viene por cerveza, ¡el hacha le caerá encima!".
La criada pensó: "¡Qué lista es nuestra Elisa, pensando en estas cosas!", y se sentó a llorar con ella.
Como no volvían, el papá envió al mozo de la granja. El mozo bajó, vio a las dos llorando y preguntó qué sucedía.
Elisa le contó la historia del hacha y el futuro bebé.
"¡Vaya, qué previsora es Elisa!", dijo el mozo, y se unió al llanto.
Finalmente, Juan, un poco impaciente, dijo: "Iré yo mismo a ver qué pasa".
Bajó al sótano y encontró a Elisa, la criada y el mozo llorando a mares.
"¿Pero qué sucede aquí?", preguntó Juan.
Elisa, entre sollozos, le explicó su terrible preocupación por el hacha y su futuro hijo.
Juan la escuchó atentamente y luego exclamó: "¡Vaya! ¡Qué lista es mi Elisa! ¡Pensar en algo así! ¡Definitivamente me casaré contigo!".
Así que Elisa y Juan se casaron.
Un tiempo después, Juan le dijo a Elisa: "Querida, voy a trabajar al campo. Tú podrías ir a cortar un poco de trigo para hacer pan".
"Buena idea", dijo Elisa. "Pero primero comeré algo rico, luego dormiré una siestecita y después, ¡a trabajar!".
Elisa se preparó un buen almuerzo, se lo comió, y luego se fue al campo. Pero en lugar de cortar trigo, se acostó entre las espigas y se quedó profundamente dormida.
Cuando Juan volvió a casa por la tarde, Elisa no estaba. "Seguro que está trabajando duro en el campo", pensó.
Fue al campo y la encontró durmiendo. Juan suspiró, sacó unas pequeñas campanitas que llevaba y, con mucho cuidado para no despertarla, se las ató a la ropa de Elisa. Luego, volvió a casa.
Cuando Elisa despertó, ya estaba oscuro. Se levantó y, al moverse, escuchó: ¡tilín, tilín, tilín!
Se asustó. "¿Qué es ese ruido?", se preguntó. Tocó su ropa y las campanitas sonaron de nuevo.
"¡Ay!", pensó. "¿Soy yo Elisa, o no soy yo Elisa?". Estaba muy confundida.
Decidió ir a su casa para preguntar. Llegó a la puerta y llamó suavemente.
Desde adentro, Juan preguntó: "¿Quién es?".
Elisa, aún dudando, susurró: "¿Está Elisa en casa?".
Juan, queriendo ver qué hacía, respondió: "Sí, sí, Elisa está adentro, descansando".
"¡Oh, cielos!", exclamó Elisa para sí misma. "Entonces, ¡yo no soy Elisa!".
Y con las campanitas haciendo ¡tilín, tilín, tilín!, Elisa salió corriendo por el camino y nadie en el pueblo la volvió a ver jamás.
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