El zorro y el caballo
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una granja no muy lejana, vivía un caballo que ya era bastante mayor. Había trabajado mucho durante toda su vida, tirando del arado y llevando cargas pesadas, pero ahora sus patas estaban cansadas y ya no podía correr como antes.
Un día, su dueño, que no era muy agradecido, le dijo: "Caballo, ya no me sirves mucho. Estás viejo y lento. Pero si eres capaz de traerme un león, te cuidaré por el resto de tus días y tendrás la mejor comida".
¡Un león! ¿Cómo iba un caballo viejo a conseguir un león? El pobre caballo se sintió muy triste y se fue caminando lentamente hacia el bosque, sin saber qué hacer. Las lágrimas rodaban por su hocico.
Mientras estaba allí, lamentándose de su suerte, apareció un zorro muy astuto.
"¿Por qué estás tan triste, amigo caballo?", preguntó el zorro con curiosidad.
El caballo le contó su problema: que su dueño lo echaría a menos que le llevara un león.
El zorro pensó un momento, se rascó la barbilla con una pata y sus ojos brillaron. "¡Tengo una idea!", exclamó. "Escucha con atención. Túmbate en el suelo y hazte el muerto. No te muevas para nada, ¿entendido? Pase lo que pase, no te muevas".
El caballo, aunque un poco confundido, confió en el zorro e hizo lo que le dijo. Se tumbó en la hierba y se quedó completamente quieto, como si no respirara.
El zorro corrió entonces a buscar al león, que descansaba cerca de unas rocas.
"¡Señor León, Señor León!", gritó el zorro con voz agitada. "¡He encontrado un caballo muerto en el bosque! ¡Está fresquito y parece delicioso! ¡Es un festín para usted!"
Al león le rugió la tripa de hambre al oír eso. "¡Un caballo muerto! ¡Llévame hasta él!", ordenó.
El zorro guio al león hasta donde el caballo yacía inmóvil. El león se relamió al ver al caballo tan grande.
"¡Qué suerte la mía!", dijo el león.
"Sí, Señor León", dijo el zorro con picardía. "Pero para que pueda arrastrarlo mejor a su cueva sin que se le caiga por el camino, ¿qué tal si ato sus patas a la cola de este caballo? Así será más fácil para usted".
El león, pensando que el zorro era muy servicial y que era una buena idea, aceptó. "Está bien, zorro listo, átalo bien fuerte".
El zorro, con mucho cuidado, ató las patas delanteras del león con una cuerda muy resistente a la larga y fuerte cola del caballo.
Cuando terminó, dio un pequeño salto hacia atrás y gritó: "¡Ahora, caballo, levántate y corre!"
El caballo, que había estado esperando la señal, se levantó de un brinco y empezó a galopar con todas las fuerzas que le quedaban hacia la granja de su dueño.
El león, sorprendido y furioso, fue arrastrado sin poder hacer nada. Rugía, pataleaba e intentaba soltarse, pero la cuerda era fuerte y el caballo corría muy rápido.
"¡Socorro! ¡Este caballo no está muerto! ¡Zorro tramposo!", gritaba el león mientras rebotaba por el suelo del bosque.
Cuando el caballo llegó a la granja, arrastrando al león confundido y mareado, su dueño salió a ver qué era todo ese alboroto. Al ver al caballo con un león atado a su cola, no podía creer lo que veía. Se quedó con la boca abierta.
"¡Increíble!", exclamó el dueño, muy impresionado. "¡Has traído un león! Has cumplido tu parte del trato, mi valiente caballo".
Y así fue como el viejo caballo pudo quedarse en la granja. Su dueño, arrepentido de haber sido tan injusto, lo cuidó muy bien por el resto de sus días. El caballo tuvo el mejor pasto para comer, una cuadra cómoda y mucho cariño. Y todo gracias a un amigo zorro muy inteligente y a un plan muy ingenioso.
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