La vieja del bosque
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un carruaje que traqueteaba por un sendero lleno de baches, viajaba una joven y amable sirvienta con sus señores. De repente, ¡zas! Unos bandidos malvados saltaron desde detrás de los árboles. Todos se asustaron mucho, pero la sirvienta fue rápida y se escondió detrás de un arbusto grande. Cuando todo quedó en silencio, salió y vio que estaba sola en el inmenso y oscuro bosque.
Tenía hambre y un poco de miedo. Justo cuando una lagrimita iba a caer por su mejilla, una paloma blanca como la nieve voló hasta ella. Llevaba en el pico una llavecita dorada. La paloma le dijo con una vocecita suave: "Toma esta llave y abre aquel árbol grande. Dentro encontrarás comida". La niña hizo lo que le dijo y, ¡sorpresa! Dentro del árbol había pan fresco y leche.
Cada día, la paloma le traía una nueva llave para un árbol diferente, donde encontraba una cama calentita o ropa limpia. La niña estaba muy agradecida.
Un día, la paloma le dijo: "Querida amiga, ¿podrías hacerme un gran favor? Necesito que vayas a la casa de una anciana que vive en lo profundo del bosque. Cuando llegues, no importa lo que te diga o te ofrezca, no debes decir ni una palabra. Busca un cajón lleno de anillos y tráeme solo el más sencillo de todos, uno que no brille".
La niña, valiente, caminó y caminó hasta que encontró una casita un poco torcida. La anciana de la casa la saludó con una sonrisa que no parecía muy sincera. "¡Hola, pequeña! ¿Qué te trae por aquí?", dijo la anciana. Pero la niña recordó las palabras de la paloma y no dijo nada. La anciana le ofreció dulces, intentó mostrarle cosas raras en el sótano, pero la niña seguía en silencio, buscando con la mirada.
Finalmente, vio un cajón. Lo abrió y ¡wow! Estaba lleno de anillos brillantes, con piedras de todos los colores. Pero entre todos ellos, encontró uno muy simple, sin adornos. ¡Ese era! Lo tomó rápidamente. La anciana intentó detenerla, gritando: "¡Ese no, ese es feo!", pero la niña salió corriendo de la casa tan rápido como sus piernas se lo permitieron.
Llegó al árbol donde siempre esperaba a la paloma, pero la paloma no aparecía. Cansada, se apoyó en el tronco del árbol y se quedó dormida. De repente, sintió que el árbol se movía. ¡No era un árbol! Se había transformado en un príncipe muy guapo.
El príncipe sonrió y le explicó: "Gracias, valiente niña. Yo era ese árbol y también la paloma. Una bruja malvada, la anciana de la casa, me había hechizado. Solo una persona de corazón puro, que siguiera mis instrucciones sin hablar y eligiera el anillo sencillo, podía romper el encantamiento. ¡Y esa fuiste tú!".
La niña estaba muy sorprendida y feliz. El príncipe, agradecido, le pidió que se quedara con él en su castillo. Y así fue como la amable sirvienta y el príncipe se hicieron grandes amigos, y con el tiempo, se casaron y vivieron felices para siempre, recordando siempre a la palomita blanca y la llavecita dorada.
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