La mandrágora
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita muy bonita, con un jardín lleno de flores de todos los colores, vivían un esposo y una esposa que deseaban con todo su corazón tener un bebé. Desde su ventana, la esposa veía el jardín de su vecina, una señora un poco misteriosa que todos llamaban Dama Gothel. ¡Y qué jardín! Lleno de las más ricas verduras y unas plantas con hojas verdes y crujientes llamadas rapónchigos que se veían deliciosas.
Un día, la esposa sintió un antojo enorme, ¡pero enorme!, por esos rapónchigos. "¡Oh, si no como un poco de esos rapónchigos, creo que me voy a poner muy triste!", le dijo a su esposo con ojitos de cordero.
El esposo, que la quería un montón, decidió que por la noche saltaría la pared del jardín de Dama Gothel para conseguir algunos. Así lo hizo, y a su esposa le encantaron. ¡Estaban tan ricos que al día siguiente quiso más! El esposo volvió a saltar, pero esta vez, ¡sorpresa! Dama Gothel lo estaba esperando con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.
"¡Así que eres tú el que roba mis rapónchigos!", dijo la Dama Gothel. El hombre, temblando como un flan, le explicó que su esposa los necesitaba mucho.
Dama Gothel pensó un poquito y dijo: "Está bien, puedes llevarte todos los rapónchigos que quieras, pero con una condición: cuando nazca tu bebé, me lo tendrás que dar". El hombre, con mucho miedo y sin saber qué más hacer, aceptó.
Poco tiempo después, nació una niña preciosa, con unos ojazos brillantes. Dama Gothel apareció enseguida, le puso de nombre Rapunzel, como las plantas que tanto le gustaron a su mamá, y se la llevó.
Rapunzel creció y se convirtió en la niña más hermosa del mundo, con un cabello larguísimo, larguísimo, tan largo como un río y dorado como el sol. Cuando Rapunzel cumplió doce años, Dama Gothel la encerró en una torre muy alta, en medio de un bosque espeso. La torre no tenía puertas ni escaleras, solo una ventanita muy arriba.
Cuando Dama Gothel quería subir, se paraba abajo y gritaba: "¡Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabellera!". Entonces, Rapunzel desenredaba sus trenzas doradas, las dejaba caer por la ventana, y Dama Gothel trepaba por ellas como si fuera una liana.
Un día, un príncipe que cabalgaba por el bosque oyó un canto tan dulce y bonito que se detuvo a escuchar. Era Rapunzel, que cantaba para no aburrirse. El príncipe buscó por todas partes de dónde venía esa voz, hasta que encontró la torre. Vio cómo llegaba Dama Gothel y cómo subía.
Al día siguiente, cuando Dama Gothel se fue, el príncipe se acercó y, tratando de imitar su voz, dijo: "¡Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabellera!". El cabello dorado bajó y el príncipe subió.
Al principio, Rapunzel se asustó un poquito al ver a un desconocido, ¡pero el príncipe era tan simpático y amable! Pronto se hicieron muy amigos y, con el tiempo, se enamoraron. El príncipe la visitaba todas las tardes cuando Dama Gothel no estaba, y juntos planearon cómo Rapunzel podría escapar. El príncipe le llevaría cada día un trozo de seda, y ella tejería una escalera.
Pero un día, Rapunzel, sin darse cuenta, le dijo a Dama Gothel: "Oye, Dama Gothel, ¿por qué tú pesas tanto al subir? El príncipe sube mucho más rápido y ligero".
¡Dama Gothel se puso furiosísima! "¡Pequeña traviesa! ¡Creí que te había separado del mundo y me has engañado!", gritó. Con unas tijeras grandes, ¡tris, tras!, cortó el hermoso cabello de Rapunzel. Después, la llevó a un desierto muy, muy lejano y la dejó allí solita.
Esa misma tarde, cuando el príncipe llegó y gritó: "¡Rapunzel, Rapunzel, suelta tu cabellera!", Dama Gothel ató el cabello cortado al gancho de la ventana y lo dejó caer. Cuando el príncipe subió, en lugar de su querida Rapunzel, encontró a Dama Gothel mirándolo con ojos de enfado. "¡A Rapunzel no la volverás a ver!", le dijo con malicia.
El príncipe, con el corazón roto de tristeza, saltó desde la torre. No se hizo daño grave, pero cayó sobre unos arbustos con espinas que le pincharon los ojitos, y se quedó ciego.
Durante mucho tiempo, el príncipe anduvo perdido por el mundo, triste y sin poder ver, comiendo solo raíces y frutillas del bosque. Un día, después de mucho caminar, llegó al desierto donde Dama Gothel había abandonado a Rapunzel. De repente, oyó una voz muy dulce que conocía. ¡Era Rapunzel! Ella también lo reconoció.
Rapunzel corrió a abrazarlo, llorando de alegría y de pena al verlo así. Dos de sus lágrimas cayeron en los ojos del príncipe y, ¡como por arte de magia!, él pudo ver de nuevo. ¡Qué alegría tan grande!
El príncipe llevó a Rapunzel, y a los dos hijitos gemelos que habían nacido en el desierto, a su reino. Allí hicieron una fiesta enorme, y vivieron felices y contentos por muchísimos años, comiendo perdices y, de vez en cuando, ¡unos ricos rapónchigos del huerto real!
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