Los tres aprendices
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un taller lleno de herramientas y sueños, trabajaban tres jóvenes aprendices. Habían aprendido mucho de su maestro, y un día, decidieron que era hora de ver el mundo. Se despidieron con alegría y ¡zas! salieron a la aventura.
Caminaron y caminaron, y ¿adivinen qué? ¡Se encontraron en un cruce de caminos! ¡Qué alegría! Se abrazaron y empezaron a contarse qué sabían hacer.
El primero dijo, con una sonrisa astuta: "Yo tengo unos ojos tan buenos, que puedo encontrar cualquier cosa, ¡por muy escondida que esté!" Justo en ese momento, una liebre pasó corriendo y se escondió entre unos matorrales. "¡Miren!", dijo el primero. "Esa liebre está detrás de aquel arbusto grande, junto al río, mordisqueando una hoja".
El segundo aprendiz, que era muy mañoso con las manos, exclamó: "¡Pues yo puedo construir lo que sea! Si necesito un barco, ¡puedo hacer uno que navegue por tierra y por mar!"
El tercer aprendiz, que siempre llevaba un arco y flechas, apuntó con cuidado hacia donde el primero había dicho que estaba la liebre y dijo: "Y yo, amigos, tengo una puntería infalible". Tensó su arco y ¡fiuuu! la flecha voló y cazó a la liebre justo como había dicho el primero.
Mientras charlaban sobre sus habilidades, llegaron a un reino donde todo el mundo estaba muy triste. "¿Qué pasa?", preguntaron con curiosidad.
Un guardia con cara de preocupación les contó: "¡Ay! Un dragón terrible ha raptado a nuestra princesa y se la ha llevado a su castillo en una roca altísima en medio del mar".
Los tres amigos se miraron. ¡Esta era una misión para ellos!
"Yo la encontraré", dijo el primero. Miró y miró con sus ojos especiales por encima de las montañas y los mares. "¡Ya la veo! Está en la torre más alta de un castillo oscuro, en una isla rocosa, y parece muy asustada".
"¡Perfecto!", dijo el segundo. "Yo construiré un barco para llegar hasta allí". Y con sus manos hábiles, en un santiamén, construyó un barco maravilloso que podía navegar sobre las olas y también deslizarse por la arena como si fuera agua.
Subieron al barco y ¡a navegar! El barco surcaba las olas con rapidez y luego se deslizó por la playa hasta llegar cerca del castillo del dragón.
El dragón salió furioso de su cueva, echando humo por la nariz. ¡Era enorme y con escamas verdes que brillaban!
"¡Ahora me toca a mí!", gritó el tercero. Apuntó con su arco, respiró hondo y ¡zas! La flecha salió disparada como un rayo y le dio al dragón justo en el corazón. El dragón dio un rugido tremendo y cayó al suelo, ¡vencido!
Corrieron al castillo y rescataron a la princesa, que estaba muy asustada pero muy contenta de ver a sus valientes salvadores.
Volvieron al palacio con la princesa. El rey estaba tan feliz que no sabía cómo agradecérselo. "¡Habéis salvado a mi hija! Uno de vosotros se casará con ella y será rey cuando yo ya no esté".
Pero, ¿quién de los tres merecía más a la princesa? Empezaron a discutir amistosamente:
"Si yo no la hubiera encontrado con mis ojos, no sabríais dónde estaba", dijo el primero.
"Pero sin mi barco mágico, no habríais podido llegar hasta la isla", dijo el segundo.
"Y si yo no hubiera vencido al dragón con mi flecha, ¡aún estaría prisionera!", exclamó el tercero.
El rey, que era muy sabio, sonrió. "Todos tenéis razón. Cada uno fue igual de importante para salvar a mi hija".
Así que decidió: "Como no puedo daros a mi hija a los tres, y todos merecéis un gran premio, dividiré mi reino en tres partes iguales. Cada uno gobernará una parte y seréis vecinos y buenos amigos".
Y así fue. Los tres jóvenes aprendices se convirtieron en reyes sabios y justos, cada uno en su pedacito de reino. La princesa, muy contenta, eligió después casarse con un príncipe amable de un reino cercano. Y todos vivieron felices y comieron perdices (¡o lo que más les gustara!).
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