• Los siete suabos

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Imaginen un grupo de siete hombres de Suabia, que se creían los más listos y valientes del mundo. Un día, decidieron que querían ver qué había más allá de sus colinas y prados. Así que, para protegerse de cualquier peligro, ¡hicieron una lanza larguísima! Tan larga que los siete tenían que llevarla juntos. El Señor Schulz iba al frente, ¡claro!, porque era el más valiente (o eso decía él).

    Caminaban muy serios, con su lanza en alto, cuando de repente oyeron un "¡Bzzzzzz!" muy fuerte cerca de un arbusto.
    "¡Escuchad!", susurró Jackli, el segundo en la fila, "¡Suena como un tambor de guerra!".
    "¡Son los enemigos!", dijo Marli, el tercero, con los ojos muy abiertos.
    El Señor Schulz, aunque se puso un poco pálido, intentó mostrar coraje. "¡No temáis, valientes suabos! ¡Yo os protegeré! Pero... ¡quizás sea mejor que nos retiremos estratégicamente!".
    Y sin decir más, los siete dieron media vuelta y corrieron tan rápido como sus piernas les permitieron, dejando caer la lanza por el camino. Cuando ya estaban lejos y sin aliento, se atrevieron a mirar atrás. El "tambor de guerra" resultó ser solo un abejorro grande que zumbaba buscando flores.

    Un poco avergonzados, pero aliviados, recogieron su lanza y siguieron su camino. Al rato, mientras cruzaban un campo de trigo alto, vieron algo oscuro y grande durmiendo entre las espigas.
    "¡Cuidado!", exclamó Jergli, "¡Parece un dragón!".
    "¡No, es un monstruo peludo con cuernos!", corrigió Michal, que iba justo detrás.
    Se detuvieron en seco. El Señor Schulz, con voz temblorosa, ideó un plan: "Nos acercaremos todos juntos, muy despacio, con la lanza por delante. A la de tres, ¡atacaremos! Uno... dos...".
    Pero antes de que pudiera decir "tres", la "bestia" se despertó. Dio un respingo, movió sus largas orejas y ¡zas!, salió corriendo. ¡Era solo una liebre grande que dormía la siesta!
    Los siete suabos se miraron. Primero sorprendidos, luego se echaron a reír, un poco de nervios y un poco de alivio. "¡Vaya susto nos ha dado ese... ese monstruo-liebre!", dijo el Señor Schulz, tratando de recuperar la compostura. "¡Pero qué valientes hemos sido al enfrentarlo!".

    Continuaron su viaje y llegaron a la orilla de un río ancho y que parecía profundo. No había puente a la vista.
    "¿Y ahora cómo cruzamos?", preguntó Hans.
    El Señor Schulz miró al otro lado y le pareció ver a un hombre. Así que gritó con todas sus fuerzas: "¡Oiga, buen hombre! ¿Cómo se puede pasar este río?".
    Desde la otra orilla, una voz lejana respondió algo que sonó como: "¡Pasa, pasa, pasa!". En realidad, era el eco de sus propias palabras, pero ellos no lo sabían.
    "¡Nos dice que pasemos!", exclamó Veitli, el último de la fila. "¡Seguro que no es tan hondo!".
    Uno de ellos, el más joven, se animó y metió un pie en el agua. ¡Estaba helada y el fondo bajaba muy rápido! Sacó el pie enseguida, tiritando.
    "¡Uf!", dijo. "Creo que el hombre del otro lado se refería a que 'pasáramos' de largo y buscáramos un puente. ¡Sí, eso debe ser!".
    Los demás asintieron, muy serios.

    Después de estas "grandes aventuras", los siete suabos decidieron que ya habían visto suficiente mundo por un tiempo. Dieron media vuelta y regresaron a su aldea.
    Al llegar, contaron a todos las peligrosas bestias que habían encontrado, los tambores de guerra que habían oído y los ríos traicioneros que habían estado a punto de cruzar. Y aunque nosotros sabemos que todo fue fruto de su imaginación y sus miedos, ellos siempre se sintieron muy orgullosos de su valentía y de las aventuras que habían vivido juntos. Y así, los siete amigos siguieron viviendo en Suabia, quizás soñando con su próxima (y esperemos que no tan imaginariamente peligrosa) aventura.

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