El zorro y la comadre
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un bosque frondoso, donde los árboles susurraban secretos al viento, vivía un Zorro muy presumido. Un día, mientras se pavoneaba por un sendero, se encontró con su comadre, la Gata.
"¡Hola, comadre Gata!" saludó el Zorro con aire de importancia. "¿Sabías que soy el animal más astuto de todos? Conozco cien trucos diferentes para escapar de cualquier peligro, ¡y además tengo un saco lleno de artimañas secretas!"
La Gata, que estaba lamiéndose una pata con tranquilidad, levantó la vista. "Vaya, señor Zorro, ¡qué maravilla! Yo, en cambio, solo conozco un truco. Pero es uno muy bueno y siempre me funciona."
El Zorro soltó una risita. "¿Solo uno? ¡Pobre comadre! ¿Y cuál es ese truco tan simple, si se puede saber?"
"Bueno," dijo la Gata con calma, "sé trepar a los árboles muy, muy rápido cuando hay peligro."
"¡Ja!", se burló el Zorro. "¡Trepar árboles! ¡Qué cosa tan sencilla! Mis trucos son mucho más ingeniosos y complicados. Con uno solo de los míos podría..."
Pero el Zorro no pudo terminar su frase. De repente, se oyeron ladridos fuertes y el sonido de cuernos de caza. ¡Eran los cazadores con su jauría de perros, y se acercaban a toda velocidad!
"¡Ay, qué espanto!" maulló la Comadre Gata. Y sin pensarlo dos veces, ¡zas!, dio un salto y trepó al árbol más cercano. Se acomodó en una rama alta, bien escondida entre las hojas, desde donde los perros no podían alcanzarla.
"¡Señor Zorro, sube rápido!", le gritó desde arriba. "¡Usa alguno de tus cien trucos!"
El Zorro se quedó abajo, temblando. "Cien trucos...", pensaba nervioso. "¿Cuál uso? ¿El de hacerme el muerto? ¿El de correr en zigzag? ¿O el de esconderme en una madriguera que no existe?" Mientras dudaba, los perros ya estaban casi encima de él, ladrando con ferocidad.
El pobre Zorro tuvo que correr como nunca en su vida, esquivando árboles y saltando arbustos. Los perros lo persiguieron por todo el bosque. Finalmente, después de una carrera agotadora y con el corazón latiéndole a mil por hora, logró despistarlos, pero terminó con el pelaje revuelto, sin aliento y con la cola un poco magullada.
Cuando el peligro pasó y los cazadores se fueron, la Gata bajó del árbol con agilidad. Encontró al Zorro jadeando, escondido detrás de un tronco.
"Ya ves, Señor Zorro," dijo la Gata con una sonrisita amable. "A veces, un solo truco bueno y bien usado vale más que cien que no sabes cuándo ni cómo usar."
El Zorro, por primera vez en mucho tiempo, no tuvo nada que presumir. Solo asintió con la cabeza, demasiado cansado para hablar, pero habiendo aprendido una lección importante.
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