• El Lobo y el Zorro

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un bosque frondoso, donde los árboles susurraban secretos al viento, vivían dos personajes muy distintos: un Lobo grande y fuerte, y un Zorro pequeño pero muy astuto.

    El Lobo, que siempre tenía hambre, un día le dijo al Zorro: "Zorro, tú eres pequeño y no muy fuerte, pero eres listo. Tienes que conseguirme algo de comer, o si no... ¡te comeré a ti!".

    El Zorro, temblando un poquito pero pensando rápido, respondió: "Oh, señor Lobo, conozco un campo donde pastan unas ovejas gorditas y tiernas. Si quieres, puedo ayudarte a conseguir una".

    "¡Excelente idea!", exclamó el Lobo. Fueron al campo. El Zorro le dijo al Lobo que se escondiera mientras él distraía al pastor. El Zorro empezó a cojear y a hacer ruidos extraños, y el pastor fue a ver qué pasaba. Mientras tanto, el Lobo saltó la valla y atrapó una oveja. Pero el Lobo era muy glotón y pensó: "Con una no tengo suficiente, ¡quiero dos!". Intentó agarrar otra oveja, pero hizo tanto ruido que el pastor lo escuchó. El pastor corrió hacia él con un gran palo y le dio una buena paliza al Lobo, que tuvo que escapar corriendo y adolorido, sin ninguna oveja.

    "¡Zorro!", gruñó el Lobo al día siguiente, "¡Todo esto es tu culpa! Por tu culpa me han pegado. Hoy me conseguirás algo mejor, o ya verás".

    El Zorro, suspirando, dijo: "Bueno, señor Lobo, sé de una casa donde una señora está haciendo tortitas. Huelen delicioso desde aquí. Podemos intentar conseguir algunas".

    Fueron a la casa. El Zorro le dijo al Lobo que esperara mientras él se asomaba por la ventana. La señora estaba ocupada en otra habitación. "¡Ahora!", susurró el Zorro. El Lobo entró sigilosamente y vio una montaña de tortitas recién hechas. "¡Qué maravilla!", pensó el Lobo, y en lugar de coger unas pocas, intentó llevarse toda la fuente. Pero la fuente era pesada y se le resbaló, haciendo un gran estruendo. La señora escuchó el ruido, entró corriendo con una espátula y, ¡plaf!, le dio al Lobo varios golpes. El Lobo soltó las tortitas y salió huyendo, más hambriento y enfadado que antes.

    "¡ZORRO!", aulló el Lobo, realmente furioso esta vez. "¡Me has engañado dos veces! ¡Si fallas una tercera vez, te comeré sin pensarlo dos veces!".

    El Zorro, ya un poco cansado de la glotonería del Lobo, tuvo una última idea. "Señor Lobo, conozco una bodega donde un hombre guarda mucha carne curada y vino. El hombre ha salido, así que podemos entrar".

    Fueron a la bodega y encontraron un pequeño agujero en la pared por donde podían pasar. El Zorro entró primero, comió un poco de carne, bebió un sorbito de vino y, como seguía delgado, salió fácilmente por el mismo agujero.

    Pero el Lobo entró y, como siempre, fue muy glotón. Comió tanta carne y bebió tanto vino que su barriga se hinchó como un globo. Cuando quiso salir, ¡sorpresa!, ya no cabía por el agujero. Empezó a empujar y a quejarse.

    "¡Zorro, ayúdame! ¡No puedo salir!", gritó el Lobo.

    El Zorro, desde fuera, le dijo: "Ay, señor Lobo, te dije que no comieras tanto. El que mucho quiere, a veces se queda atrapado".

    Justo en ese momento, el dueño de la bodega regresó y escuchó los ruidos. Entró y vio al Lobo atascado, con la barriga llena. El hombre no se puso muy contento al ver al intruso. Tomó un palo grande y el Lobo aprendió, de la manera más dura, que ser demasiado avaricioso y no escuchar a los amigos listos puede traer muchos problemas. Y el Zorro, aunque un poco preocupado, se alegró de no haber terminado en la barriga del Lobo.

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