Jorinda y Joringuel
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un bosque lleno de secretos y árboles muy altos, vivían dos jóvenes que se querían muchísimo. Ella se llamaba Jorinda y él, Joringuel. Les encantaba pasear juntos, contar historias y soñar con su futuro.
No muy lejos de donde vivían, escondido entre los árboles más frondosos, había un castillo oscuro y misterioso. Todos en la comarca sabían que allí vivía una bruja un poco gruñona y con poderes mágicos. "¡Cuidado!", les advertían a los niños, "No se acerquen mucho al castillo de la bruja, o podrían quedar atrapados".
Un día, mientras Jorinda y Joringuel paseaban cogidos de la mano y cantaban canciones alegres, se adentraron demasiado en el bosque. Sin darse cuenta, llegaron muy cerca de los muros del castillo. De repente, Jorinda dejó de cantar. Joringuel la miró y vio que sus ojos se llenaban de lágrimas. "Me siento extraña", dijo Jorinda, "como si me fuera a convertir en... ¡un pájaro!". Y antes de que Joringuel pudiera decir nada, ¡puf!, Jorinda se convirtió en un precioso ruiseñor.
En ese mismo instante, Joringuel sintió que sus pies se pegaban al suelo. ¡No podía moverse, parecía una estatua! Vio cómo la bruja salía del castillo, cogía al ruiseñor (que era Jorinda) y se lo llevaba dentro, encerrándolo en una jaula dorada. La bruja tenía muchísimos pájaros en jaulas doradas. ¡Eran otras chicas transformadas!
Cuando el sol se puso, el hechizo que paralizaba a Joringuel se rompió. Estaba muy, muy triste. ¿Cómo podría rescatar a su amada Jorinda?
Esa noche, Joringuel tuvo un sueño muy especial. Soñó con una flor roja, muy brillante, que crecía en un lugar secreto. En el sueño, una voz le decía que esa flor podía romper cualquier hechizo.
Al despertar, Joringuel decidió buscar esa flor. Durante nueve largos días buscó y buscó por todo el bosque, sin perder la esperanza. Y al noveno día, cuando ya estaba muy cansado, ¡la encontró! Era una flor roja como el atardecer, con un brillo especial en el centro.
Con la flor mágica en la mano, Joringuel corrió hacia el castillo de la bruja. Esta vez no tenía miedo. La bruja salió a su encuentro, dispuesta a convertirlo en piedra o en algún bicho feo. Intentó lanzarle un hechizo, ¡pero la flor lo protegió como un escudo mágico! La bruja se sorprendió mucho.
Joringuel, valiente, se acercó y tocó a la bruja con la flor. ¡Zas! Toda su magia malvada desapareció y la bruja se convirtió en una ancianita inofensiva. Luego, Joringuel corrió hacia la jaula donde estaba el ruiseñor que antes era Jorinda. Tocó la jaula con la flor y, ¡puf!, Jorinda volvió a ser ella misma, ¡tan guapa como siempre!
¡Qué alegría! Se abrazaron fuerte. Pero Joringuel no se olvidó de los otros pájaros. Con su flor mágica, fue tocando todas las jaulas, una por una. Y de cada jaula, en lugar de un pájaro, salía una chica sonriente.
Y así, Jorinda y Joringuel, junto con todas las demás chicas, salieron del castillo y vivieron felices para siempre, ¡cantando canciones aún más alegres que antes!
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