El Viejo Sultán
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una granja muy bonita, donde el sol siempre parecía sonreír, vivía un perro llamado Sultán. Sultán ya no era un cachorro juguetón; sus patas estaban un poco cansadas y sus dientes ya no eran tan afilados como antes. Había servido fielmente a su granjero durante muchos, muchos años, cuidando las ovejas y la casa.
Un día, el granjero le dijo a su esposa: "Sultán está muy viejo. Ya no nos sirve para nada. Mañana me desharé de él."
Sultán, que estaba descansando cerca, escuchó todo y se puso muy, muy triste. "¿Así me pagan todos mis años de trabajo?", pensó con el corazón encogido.
Esa noche, Sultán se fue al bosque, con la cabeza gacha. Allí se encontró con su viejo amigo, el lobo. El lobo, al ver a Sultán tan desanimado, le preguntó qué le pasaba. Sultán le contó su pena.
El lobo, que era astuto, le dijo: "¡No te preocupes, amigo! Tengo un plan. Mañana, cuando el granjero y su esposa salgan al campo con su bebé, yo apareceré y fingiré que me lo llevo. Tú correrás, me ladrarás y harás como que me atacas. Yo soltaré al bebé y huiré. ¡Así verán que todavía eres útil!"
A Sultán le pareció una idea fantástica.
Al día siguiente, todo sucedió como el lobo había dicho. Mientras los granjeros trabajaban, el lobo salió sigilosamente y agarró al bebé de su canasta. ¡La mamá gritó!
Pero entonces, ¡zas!, apareció Sultán, ladrando con todas sus fuerzas. Corrió hacia el lobo, que soltó al bebé y escapó al bosque.
El granjero y su esposa estaban felicísimos. Abrazaron a Sultán y le dijeron: "¡Oh, Sultán, eres el mejor perro del mundo! ¡Nos has salvado a nuestro pequeño! Nunca más pensaremos en deshacernos de ti."
Sultán movió la cola, contento. Le dieron la mejor comida y una cama cómoda junto a la chimenea.
Unos días después, el lobo visitó a Sultán. "Amigo," dijo el lobo, "me debes un favor. Ayúdame a llevarme una de las ovejas gorditas de tu granjero. Será fácil, tú solo mira para otro lado."
Sultán se sintió mal. "No puedo hacer eso, lobo," dijo. "Le prometí al granjero proteger sus ovejas. Soy un perro leal."
El lobo se enfadó mucho. "¡Me traicionas!", gruñó. "¡Ya verás! ¡Me vengaré!"
El lobo se fue y buscó a un jabalí muy grande y con colmillos afilados. "Amigo jabalí," le dijo, "ese perro Sultán me ha engañado. Mañana iremos a la granja y le daremos una lección."
Sultán escuchó los planes del lobo y el jabalí y se asustó. Ya no era tan fuerte como antes. ¿Qué podía hacer?
Entonces vio a una gata que vivía en la granja. Era una gata un poco rara, ¡solo tenía tres patas! Pero era valiente. Sultán le contó su problema. La gata dijo: "No te preocupes, Sultán. Yo te ayudaré. Cuando vengan, yo me subiré a un árbol y levantaré mi cola bien tiesa. Tú solo ladra fuerte."
Al día siguiente, el lobo y el jabalí llegaron al bosque, listos para la pelea. Sultán los esperaba, ladrando con valentía. La gata, con su cola tiesa como una espada, estaba en una rama.
El jabalí, al ver la cola levantada de la gata, pensó que era un cazador con una lanza. Y cuando Sultán ladró, el lobo pensó que el cazador tenía un arma.
"¡Corramos!", gritó el lobo. Y los dos animales salvajes huyeron despavoridos al bosque, ¡y nunca más molestaron a Sultán!
Sultán y la gata de tres patas se hicieron grandes amigos. Y Sultán vivió feliz en la granja por muchos años más, querido y respetado por todos.
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