El enebro
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un jardín lleno de sol, donde crecía un enebro muy especial, vivía una pareja que deseaba con todo su corazón tener un hijo. La esposa, un día de invierno, mientras pelaba una manzana roja bajo el enebro, se cortó un dedito. Tres gotitas de sangre cayeron sobre la nieve blanca. "¡Ay!", suspiró, "¡Cómo me gustaría tener un niño tan rojo como la sangre y tan blanco como la nieve!".
Poco tiempo después, ¡su deseo se cumplió! Nació un niño precioso, con la piel blanca como la nieve y las mejillas rojas como la sangre. La mamá estaba tan feliz que no cabía en sí de gozo. Pero, qué tristeza, al poco tiempo de nacer el bebé, ella se puso muy enferma y se despidió de este mundo. Antes de irse, le pidió a su esposo que la enterrara bajo el enebro que tanto amaba. Y así lo hizo él, con el corazón roto.
El tiempo pasó, y el papá se volvió a casar. Su nueva esposa trajo consigo una hija llamada Marlene, a quien quería con locura. Pero al hijito del primer matrimonio, ¡ay!, no le tenía ningún cariño. Al contrario, sentía celos de él y lo trataba muy mal.
Un día, la madrastra le dijo al niño: "Ven, pequeño, tengo una sorpresa para ti. Hay una manzana muy rica en ese cofre grande. Ábrelo y toma una". El niño, inocente, se acercó al cofre y metió la cabeza para buscar la manzana. En ese instante, la malvada madrastra ¡PLAM! cerró la tapa del cofre con todas sus fuerzas. La cabecita del niño quedó separada de su cuerpo.
La madrastra, para disimular su terrible acción, le puso un pañuelo al cuello al niño y lo sentó en una silla, como si estuviera esperando. Luego llamó a Marlene: "Marlene, ve y pídele a tu hermanito que te dé la manzana del cofre. Si no te hace caso, dale un pequeño empujoncito". Marlene fue y, como el niño no respondía, le dio un empujoncito tal como le dijo su madre. ¡Cataplum! La cabeza del niño rodó por el suelo. Marlene se asustó muchísimo y empezó a llorar. La madrastra la culpó a ella, diciendo que por su culpa había ocurrido esa desgracia.
Para ocultar lo que había hecho, la madrastra cocinó al niño en un guiso oscuro y espeso. Cuando el papá llegó a casa del trabajo, cansado y hambriento, la madrastra le sirvió el guiso. "¡Mmm, qué delicioso está esto!", dijo el papá, sin saber que se estaba comiendo a su propio hijo.
Marlene, con el corazón lleno de pena, recogió en secreto todos los huesitos de su hermanito. Los envolvió con mucho cuidado en un pañuelo de seda muy fino y los enterró bajo el enebro, donde descansaba la primera mamá del niño. Lloró y lloró sobre la tierra fresca.
De repente, el enebro empezó a moverse suavemente. Una niebla ligera surgió de sus ramas, y de la niebla salió un pájaro bellísimo, con plumas de todos los colores. El pájaro voló hasta la copa del árbol y empezó a cantar una canción muy especial:
"Mi madre me mató,
mi padre me comió,
mi hermana Marlene, ¡qué buena es!
mis huesitos juntó,
en seda los guardó,
y bajo el enebro los enterró.
¡Chiu, chiu! ¡Qué pájaro tan bonito soy yo!"
El pájaro voló por el pueblo cantando su canción. Primero llegó a la casa de un orfebre. El orfebre, al oír tan linda melodía, le regaló una cadena de oro. El pájaro la tomó con su pico y siguió volando.
Luego, llegó a la casa de un zapatero. El zapatero, encantado con el canto, le regaló un par de zapatitos rojos muy bonitos. El pájaro los tomó con sus patitas y continuó su viaje.
Finalmente, llegó a un molino donde trabajaban unos molineros. Ellos, al escuchar la canción, le ofrecieron una gran piedra de molino. El pájaro, con una fuerza sorprendente, la sujetó con sus garras.
Con todos sus regalos, el pájaro regresó a su casa. Se posó en el tejado y volvió a cantar su canción. El papá, al oírlo, salió y el pájaro le dejó caer la cadena de oro. ¡Qué contento se puso el papá! Marlene también salió, y el pájaro le dejó caer los zapatitos rojos. ¡Marlene bailaba de alegría!
La madrastra, que estaba dentro de la casa, sintió un miedo terrible al escuchar la canción. Salió corriendo al jardín, justo debajo del enebro. En ese momento, el pájaro dejó caer la pesada piedra de molino. ¡PLOF! La piedra cayó justo encima de la madrastra, y esta desapareció para siempre.
En el lugar donde había caído la piedra, surgió una llamarada y un poco de humo. Y de entre el humo, ¡apareció el niño! Estaba vivo y sonriente, tan rojo como la sangre y tan blanco como la nieve.
El papá y Marlene corrieron a abrazarlo, ¡no podían creer lo que veían! Los tres entraron juntos a la casa, muy felices, y desde ese día vivieron en paz, comiendo juntos y recordando con cariño al pájaro cantor y al mágico enebro.
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