• La historia del sol

    Cuentos de Andersen
    En una ciudad con muchas casas y calles ruidosas, había una habitación tranquila. En esa habitación, junto a la ventana, vivía un muchacho que no se sentía muy fuerte. Pasaba mucho tiempo en su cama, mirando un pedacito de cielo y la pared del vecino. Se sentía un poco aburrido y solo.

    Un día, un rayito de sol entró por la ventana, ¡más brillante que nunca! Y de repente, el muchacho escuchó una voz cálida y alegre. ¡Era el Sol!

    "¡Hola, pequeño amigo!", dijo el Sol con su voz que sonaba como una risa suave. "Te veo un poco solito. ¿Quieres que te cuente lo que veo desde aquí arriba, mientras viajo por el mundo?"

    El muchacho, muy sorprendido, abrió los ojos grandes y asintió con la cabeza. ¡Claro que quería!

    Y el Sol comenzó: "Hoy, mientras pasaba por una playa muy lejana, vi a unos niños construyendo castillos de arena. ¡Eran tan altos que casi llegaban a las nubes! Y se reían a carcajadas cuando las olas traviesas venían y les mojaban los pies."

    Al día siguiente, el Sol volvió y le contó: "Ayer vi unos barcos enormes, con velas blancas como palomas, navegando en un mar azulísimo. Llevaban frutas dulces y juguetes de colores a niños de otras tierras."

    Otro día, el Sol le habló de montañas altísimas cubiertas de nieve blanca y brillante, donde las cabras montesas saltaban de roca en roca con mucha agilidad. También le contó de selvas verdes y frondosas, llenas de pájaros con plumas de todos los colores que cantaban canciones alegres, y de monos juguetones que se columpiaban en las lianas.

    El muchacho escuchaba cada historia con una sonrisa. Aunque no podía salir de su habitación, su imaginación viajaba con el Sol. Se imaginaba corriendo por la playa, navegando en los barcos y explorando las selvas. Cada cuento del Sol era como una ventana nueva al mundo.

    Poco a poco, con cada historia llena de luz y aventura, el muchacho empezó a sentirse más animado y con más energía. Las historias del Sol le daban alegría y ganas de ver todas esas maravillas por sí mismo.

    Un día, el muchacho se sintió lo suficientemente fuerte como para levantarse de la cama. Abrió la ventana de par en par. El Sol brillaba con fuerza en el cielo azul, y el aire fresco entró en la habitación.

    "¡Gracias, Sol!", exclamó el muchacho. "Tus historias me han llenado de vida y me han ayudado a sentirme mejor."

    El Sol sonrió aún más brillante. "El mundo está lleno de cosas hermosas por descubrir, pequeño. ¡Ahora te toca a ti salir a verlas!"

    Y así, el muchacho, ya recuperado, salió a explorar el mundo, llevando en su corazón todas las historias que el Sol le había contado. Y siempre recordaba que, incluso en los días nublados, el Sol estaba allí arriba, viendo y viviendo miles de aventuras para compartir.

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